La ciudad es un campo habitado.
MF-A
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9:16h. En los días de fiesta, se oyen los disparos de los cazadores, y todas las aves que, como yo, los oyen, levantan el vuelo. Yo también levemente, doy un respingo, porque nunca lo espero, y así como la campana de un pueblo marca las horas, esos disparos son en invierno mi calendario. Pum, pum, “ah, es verdad, que hoy es fiesta”.
Hay mucho jabalí alrededor de mi casa, que está dentro del coto de caza, por lo que pasan por aquí los cazadores con sus remolques y en ocasiones los veo en el petón de enfrente, pero casi siempre los cazadores son para mí sólo el ruido de sus escopetas.
La verdad es que si no se cazara el jabalí, sería un verdadero problema vivir por aquí tranquila, pues ya le pasó a mis hijos, encontrarse a uno cuando iban de pesca, o yo misma, en la carretera, un primalón grande como un oso que me miraba a los ojos y no se iba del camino, hasta que, tranquilamente, emprendió el paso por delante de mi coche y se perdió hacia un bosquecillo de castaños. Ni siquiera había anochecido.
Lo curioso es que los agricultores, como los cazadores, utilizan los perros para espantarlos y cuando un maizal aparece tumbado porque ha entrado una familia de guarros, dejan un perro atado allí toda la noche, y los jabalíes no se acercan.
Tengo que ir a ver qué pasa con los perros que están por aquí perdidos. Feliz día y hasta mañana,
Mónica Fernández-Aceytuno
P.S. Hoy en ACTUALIDAD colgaré como en un tablón de anuncios, algunas cartas de lectores que informan de lo que han visto estos días.
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