GARZA

LA HUELLA DE UNA GARZA

Las huellas de la garza son tan ligeras como el humo de las lumbreradas. Bajo la tabla del río me parece, por un lado, que el agua las tiene allí prisioneras y, por otro, que, al menor descuido, se echarán a volar las huellas una detrás de otra, con el mismo vuelo que tiene el humo blanco que sale al quemar las silvas y el tojo de pinchos verdes, cuyas humaradas veo ascender por el valle los días en los días en los que la lluvia no moja: arropa.

Pero hay quien quiere ver la vida, la Naturaleza, sólo a pleno sol, aquí y ahora. Casi pretenden tocarla, arrancarle sus flores al mundo sin llegar a comprender que los ramos de amapolas se deshacen entre las manos, que no hay que toparse de frente con una garza para tener la belleza de su vuelo, o su forma de mirar el agua durante horas: con las huellas de su vida lo tenemos casi todo: o más.

Se parecen en lo esbelto estas huellas a las del gorrión, pero las de la garza son mucho más grandes, de hecho, es muy fácil reconocer una huella de garza por su tamaño; en concreto, en la garza real, la garza gris y blanca, sólo el dedo central mide siete centímetros. En esta impresión se puede notar con claridad las señales de sus uñas, y el largo primer dedo que va asociado a las costumbres arborícolas de las garzas, ya que este dedo les permite agarrarse a las ramas. Aunque, es sólo la garza real la que nidifica sobre los árboles de las riberas y, sin embargo, la garza imperial, esa otra garza castaña y rayada de negro, suele hacer los nidos de enea entre los carrizales.

El vuelo es el mismo; único; de garza. En vez de volar como las cigüeñas que vuelan con el cuello estirado, las garzas recogen el cuello en forma de “S”. da igual que los aletazos sean de batidas lentas como los de la garza real , o rápidas como los de la imperial, porque siempre dibujarán una “S” con el cuello; siempre vuelan las garzas con la cabeza entre los hombros.

Así sobrevuelan pequeños bandos de garzas reales la costa cantábrica cuando, en otoño, vienen de las Islas Británicas y de Francia; y así vuelan también cuando se van en primavera hacia el mar norteño. En Tapia, en Asturias, ha recogido Bernis un dicho sobre las garzas que responde a este movimiento pendular: “si la garza viaja al mar, coger los bueyes y arar; si la garza va a tierra, coger el hacha y hacer leña”.

Pero sea cual sea la dirección de vuelo, es una adaptación de la sexta vértebra, de las dieciséis a veinte que tienen en el cuello, la que les permite replegarlo no sólo cuando vuelan, sino también para cazar al acecho. Se mantienen las garzas con el cuello encogido hasta que, al pasar un pez, disparan el cuello como un arpón, con tanta fuerza, que llegan a ensartar el pez con el pico recto y de bordes tan afilados como una espada.

Al sumergir las patas para la pesca es cuando imprime las huellas en el cieno, esas que se quedan expuestas y atrapadas durante horas en un escaparate de agua. Huellas que tuve en una laguna de aquí cerca donde, sin ver la garza, la vi: era una garza real que sobrevoló mi cabeza sin volar porque miré sus huellas; y con eso me conformo. Con el tiempo he aprendido que las huellas son las señales de humo que nos hace la vida.

Lugar de la vida

Mónica Férnandez-Aceytuno

Blanco y Negro, Marzo 99

Aceytuno.com

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