ACTUALIDAD NATURAL
NACEN LOS PÁJAROS TELEFÓNICOS
ABC, sábado 1-5-1999
NACEN LOS PÁJAROS TELEFÓNICOS
ABC, sábado 1-5-1999
EL VERDÍN
Hay que nombrar los árboles, las flores, los pájaros hasta que las sílabas verdeen como
las patatas que se orean a la luz de la
luna; hay que poner los nombres en la
calle, a la intemperie, un nombre detrás
de otro: abedul, tornasol, lavandera…
hasta que cojan el verdín de
las fuentes.
Que no se parezcan a esas casas en
las que nada más poner los pies en la
entrada se nota que no se viven, donde
la chimenea está limpia, quemada de
soledad, y la cocina, a falta de olor a
verdura, ha terminado por parecerse a
la mesa del comedor donde no se come y a las alfombras que no se pisan.
Cuando escribo en voz alta las palabras
que nombran la vida, tengo la
impresíón de usar cubiertos antiguos,
una de esas cuberterías buenas, de
plata o de alpaca, que, tras la herencia
han terminado sus días debajo de
la cama, o encima de un armario, todos los cubiertos en su caja. Ordenados
para la nada.
El verdín que quisiera para estas
palabras es ese de color verde muy
claro, ese verdín tan corriente que se
puede ver en casi todas las piedras de
las ciudades: por encima de la
piedra si el ambiente es húmedo, dentro, si el clima es seco.
También vive sobre la corteza de
; árboles que hay en las avenidas y
los parques. Quiere el lado del
banco que da al norte, pero también
puede estar al sur, o al este, o al oeste,
dependiendo de si hay una boca de
riego cerca, o un magnolio que da
sombra todo el año y hace de aquel lugar, un mundo aparte. A veces sale
verdín en esos trozos de acera que se
quedan debajo de un banco, y donde
nadie pisa, o en medio de los adoquines,
en el abismo que se abre entre
uno y otro: en cualquier lugar donde
pueda beber el agua del aire, aunque sólo sea la del rocío, aparece el
verdín con la misma terquedad colonizadora
que tuvo desde el principio
de los tiempos.
Tiene gracia la forma en que llega a
un lugar nuevo, y quien estrena una
valla de castaño, y se afana en ponerle
brea para que dure toda la vida, ve có-
mo, al cabo de poco tiempo, aparece el
verdín volando por el aire, oen las
alas de un pájaro, que no tiene por qué
ser verde como el verderón, y convier-
te lo oscuro en claro. En verde claro.
Este sistema de dispersión de las
algas verdes microscópicas es habi-
tual en los arroyos que se secan en ve-
rano, en cuyo curso se quedan duran-
te el estío las esporas de las algas, tan
ligeras, que se las lleva el viento a
otra parte y, en cuanto reciben agua,
empiezan de nuevo a incorporar oxí-
geno a la atmósfera: esa cualidad con
la que estos seres diminutos, entre
otros, cambiaron todo el aire de la
Tierra aunque, al respirar, o al mirar
el verdín, ni siquiera lo recordemos.
Pero hay verdín hasta en la nieve,
donde el profesor Cambra recoge en
los Pirineos manchas verdes en la
nieve helada. Y hay verdín en las ma-
rismas, y bajo la corriente de los ríos,
y en las paredes de las cuevas.
Las palabras que nombran los ár-
boles, las flores, los pájaros, no pue-
den vivir en el vacío que llena casas
enteras: hay que ponerlas al sol, a la
lluvia, y al frío hasta que se estropeen
si es necesario, pero hay que usarlas,
hay que vivirlas; ójala llegue el ver-
dín a sus vocales.
Mónica Fernández-Aceytuno
Blanco y Negro 21-2-1999
Fondo de Artículos
de la Naturaleza de
www.aceytuno.comm