LAS PUERTAS DEL CAMPO
ABC, sábado 16-6-2007
ABC, sábado 16-6-2007
EL PASO DE LAS FLORES
Mirar la vida es una manía pa-
recida a la de mirar el reloj a
cada rato, uno de esos gestos
que no siempre son útiles pero que se
hacen con la fe del que aún no está
convencido de que ya le ha sucedido
lo más importante.
y lo más curioso es que esa fuerza
de la vida se percibe de forma casi
más clará en la ciudad que en el cam-
po, porque es en los trazados cuadri-
culados donde la naturaleza parece
llevar más la contraria con su libre
albedrío a todo aquel lugar donde se
trata de ordenar la vida: en todas las
ventanas que el asfalto abre a la tie-
rra florecen los jaramagos amarillos,
esas plantas de flores pálidas que en
estos días comienzan a cercar las ca-
rreteras y a lanzar por todas partes
sus semillas diminutas.
y donde llega una semilla de jara-
mago, vence. Hasta en el Jardín Botá-
nico de Madrid florece como uno de
esos invitados que se cuela siempre
por la cara. Viven jaramagos en casi
toda España y con el mismo carácter
ruderal, es decir: allí donde hay rui-
nas, cascotes amontonados, tapias, o
tejados viejos, crecen los jaramagos y
reciben nombres vernáculos precio-
sos como el de hierba de los cantores,
o jaramago amarillo de los tejados; y
hay un jaramago blanco que florece
en los olivares, y entre las viñas, in-
cluso en las laderas pedregosas de las
sierras andaluzas.
Casi todas estas plantas podrían
servir de adorno y de alimento pero
se les hace poco caso, es más: se las
tacha de molestas porque son tan ar-
vensescomo las amapolas: se mezclan
con los trigos, y se arriman a las ori-
llas del césped, y a cualquier tipo de
vegatación sostenida por el hombre,
donde le puedan echar un pulso de se-
millas.
En cuanto se oye el rumor lejano
de la primavera ya están los jarama-
gas floreciendo al lado de un palacete
antiguo, o bordeando las construccio-
nes que se apiñan en las cañadas reales; pero donde van a ganar en los
próximos días su más gloriosa batalla
es en el nuevo aeropuerto de Barajas,
en Madrid.
La nueva y kilométrica terminal, a
fuerza de paredes de cristal y de
acero, ha conseguido ya, sin querer,
que ni siquiera el avión común, ese
pariente de la golondrina, se encuen-
tre a gusto. Todavía no he podido ver
ningún nido de barro como los que
sobreviven en la terminal vieja, pe-
gados al techo, desde donde se aso-
man unos pollos cuya primera visión
del mundo es la de la parada del au-
tobús amarillo que enlaza el aero-
puerto con la Plaza de Colón. Al poco
tiempo, emprenden su primer vuelo
hacia África.
No. No hay nidos de barro sobre el
acero, primero tienen que dar la cam-
panada los jaramagos. Desde el aire,
poco antes de aterrizar, se ven las
manchas amarillas rodeando la pista
de aterrizaje y, ya en el suelo, al avan-
zar sobre las pistas de rodadura, se
distinguen sus flores, sus hojas, y sus
frutos en silicua como el de los alga-
rrobos.
Sin embargo, por el carácter anual
y bianual de estas plantas, habrá
que esperar al menos un par de años
para que los jaramagos conquisten la
tierra que- rodea la tercera pista.
Mientras tanto, millones de pasaje-
ros, antes de pisar el plástico de la pa-
sarela telescópica, habrán mirado el
reloj, y no el paso de las flores.
Mónica Fernández-Aceytuno
Blanco y Negro, 28-2-1999
Fondo de Artículos
de la Naturaleza de
www.aceytuno.com