Recuerdo que en los años de mi niñez, muchas noches me dormía oyendo el canto monótono y lejano de una Lechuza que me recordaba el sonido de un péndulo de reloj de pared. Es curioso sentir que desde unos olmos centenarios al oír aquellos sonidos, algo tristes en el silencio de la noche, se convertían como en una nana sentimental que ayudaba a conciliar el sueño con cierta placidez. Curiosamente cuando alguna noche no oía esa especie de “sonar”, echaba de menos algo. Me decía, “hoy no canta”.
Creo que los pequeños sucesos de la infancia son como novedades que se van descubriendo y me parece que quedan en la memoria casi toda la vida. Como interrelación a este recuerdo también me aparece otro pequeño acontecimiento. Era, escuchar a los “auroros” a las cinco de la mañana para ofrecer con su canto unas especies de oraciones lastimeras y tristes acompañándose sólo con el tintineo de una campanilla. Era costumbre que en vispera de todos los santos algunas familias solicitaran a este grupo de cinco o seis personas, estas plegarias como venidas de ultratumba. Casi con miedo para no oirlos yo metía la cabeza debajo de la almohada.
En una ocasión, ayudado por la luz de una linterna, descubrí y sorprendí a una majestuosa lechuza que me miraba desafiante con una quietud excepcional. Al ver sus ojos y cabeza adornada con una especie de corola de plumas tupidas, me recordó su imagen a una forma de candileja en un escenario de un teatro antiguo.
Estas rapaces nocturnas, como el Mochuelo, la Lechuza y el Búho, no es frecuente verlos a la luz del día. Quizá el más pequeño, el Mochuelo, se deja ver en el momento que desaparecen los últimos rayos de sol, con su “mio, mio”. No sé porqué, pero el Aguila Real, le tiene tanta manía al Búho, que si lo descubre durante el día, le ataca hasta quitarle la vida.
Quizá desde pequeño, he sentido interés por conocer las aves y pajarillos que habitaban en el entorno de mi región. Siento no detectar un porcentaje importante de personas que ni por curiosidad se paran a pensar quién es ese pájaro que canta ahí. Una anécdota, es broma, un amigo le preguntó a otro “¿oye, habla ya el Loro que te regalé?”, a lo que le contestó “!¡ni una palabra, pero se fijaaaaa!”. Estaba claro que no era un Loro, mas bien era una pobre Lechuza.
Ya han vuelto casi todos con un poco de retraso, desde la Torcaz hasta el Verdecillo, llevan en sus picos con mucho garbo y orgullo las primeras brozas para la construcción de su nuevo hogar. Entre viaje y viaje, se relajan y utilizan el pico para cantar alegremente al amor y a la vida. Sin envidias, sin rencores ni maldad. ¡Qué maravilla!
Atentamente Jerónimo