En las noches oscuras se ven los bancos de sardina brillar fosforescentes junto a la costa. Los marineros dicen que de día es como si pasara por el agua una
Las hojas de los chopos parece que se resisten a caer este otoño, en la chopera en la que me
LA CHOPERA
Las hojas de los chopos parece que se resisten a caer este otoño, en la chopera en la que me encuentro, los petirrojos repiten incansables sus reclamos metálicos, a mi me suenan a ?Tic-tic-tic-tic?, claro que luego lanzan esos trinos diferentes, parecidos a los del colirrojo real cuando está en celo; y se mueven entre las ramas de los chopos, en el suelo, entre rosales silvestres vestidos de bolas rojas y entre los troncos caídos de los árboles de hoja temblona. En esta selva en miniatura, si la comparamos con el amazonas claro, aprendí hace ya muchos años, a reconocer a muchas de las aves forestales; entre la maraña de plantas aguardaba yo horas y horas, con unos prismáticos grandísimos y pesados al cuello, esperando a que las aves se pusieran a mi alcance. Aquí observé por primera vez al Pico picapinos (Dendrocopos major), al Pico menor (Dendrocopos minor) o al Pito real (Picus viridis) acarreando alimento para sus crías, en el nido instalado en lo alto de un chopo. Y también conseguí por primera vez atraer al pico menor y al pico picapinos, a pocos metros de mi, golpeando yo el tronco seco de un chopo con un palo, también seco, en la época de celo; allí acudieron a mi llamada, pensando ellos quizás que se trataba de algún rival. Les aseguro que fue algo difícil de olvidar, aun hoy de vez en cuando me gusta llamarlos y ver como se posan cerca. Inténtenlo ustedes y sabrán de qué les estoy hablando.
En estas chopeas mi primer avistamiento de un Cuco (Cuculus canorus), me pareció la silueta de un gavilán; los trepadores se movían acrobáticos, al igual que los herrerillos y los carboneros. Los machos de oropéndolas con sus llamativos colores me trasportaban a lugares exóticos, todo ello mientras los mosquitos se cebaban conmigo, era primavera y verano. Los primeros nidos de jilgueros, de pardillos, de verdecillos, entre chopos los contemplé casi por primera vez, o al menos los observé ya con ojos diferentes; en esta chopéa o chopera como queramos llamarla, algún espíritu del bosque me inoculó el virus del naturalista, del observador, de la paciencia, del observar con los cinco o seis sentidos, de ver cosas que antes no veía. Por ejemplo, los rompederos de los zorzales, llamados yunques, que es donde rompen las conchas de los caracoles para sacar el bicho de dentro, estaban también entre estos chopos, en el suelo, aprovechando alguna pequeña roca. Entre marañas de madreselvas y rosales silvestres, nidificaban los chochines, esas aves tan pequeñas y de canto tan potente.
En los troncos muertos bullía un ejercito de insectos, me encantaba ver al escarabajo cardenal, tan rojo. Y entre la hojarasca también se movían pequeñísimos insectos y lombrices que reciclaban todas las hojas caídas.
Por aquellos días una joven jineta, se encaramó a las ramas de un chopo muy asustada y pude verle muy de cerca, mientras me miraba y sin saber que hacer; creo que yo estaba tan asustado como ella.
Ahora he vuelto a la chopea y los agateadores, petirrojos, pájaros carpinteros y algunos estorninos parecen haberme dado la bienvenida, yo me he sentado allí al pie de un chopo y he recordado todo esto.
Juan Carlos Delgado Expósito