m. Corazón de la mazorca de maíz que se utiliza…
oso, a.
m. Mamífero plantígrado de cuerpo macizo, rabo y orejas pequeñas, con patas robustas y cortas con manos de cinco dedos provistas de grandes uñas cuyo peso varía dependiendo de su origen geográfico pudiendo oscilar desde los 500 kilos del oso Kodiak de Alaska a los 200 kilos de peso de los osos en España. En el caso del Oso Pardo (Ursus arctos) se trata de un animal solitario y longevo, pudiendo sobrepasar los 30 años de edad, por lo que la experiencia y la memoria tienen mucha importancia en la personalidad de cada individuo. Su conducta social se acrecienta en la épocas de celo y en los grupos familiares esta conducta social se alarga dos o tres años, perdurando las relaciones entre los hermanos de la misma camada un año más. Durante la hibernación se refugia en una cueva (osera) y se enrosca sobre una cama vegetal para ralentizar su rítmo cardiaco, su respiración mientras se paralizan los aparatos digestivos y renal para ahorrar tres cuartas partes de su gasto energético normal. Alcanza la madurez sexual entre los 3 y los 5 años y el parto de las crías se produce durante la hibernación, hacia el mes de enero. Los oseznos pesan recién nacidos 350 gramos, ya que el desarrollo embrionario queda suspendido desde la fecundación hasta el otoño. Aún siendo carnívoros los osos se han adaptado a un régimen omnívoro y vegetariano, suponiendo el aporte vegetal en su dieta un 85 por ciento de su alimentación. Antiguamente habitaba toda la Península Ibérica pero en los siglos XVII y XVIII quedan incomunicadas las poblacions de oso de los Pirineos y de la Cordillera Cantábrica, mientras desaparecía de todo el Centro y el Sur de la península.
Dan a luz en la oscuridad. Paren en sueños y lo que nace es tan pequeño que no les despierta sumar otra vida al Universo. Las preñaron en primavera, pero el óvulo fecundado se rebeló al desarrollo hasta que la nieve y el frío empujaron a las osas a dormir, allá por el mes de noviembre. En el sopor del cuerpo bien alimentado, el óvulo se agarró al útero para iniciar la gestación: corta y secreta. Algo que sólo ocurre en otoños en los que llueven castañas y hayucos. En estos días de enero han alumbrado ya al diminuto y caliente pedazo de vida, de sólo 300 gramos. Lo primero que han percibido los oseznos es el olor a musgo, a yerba y a madre. Son “esbardos” que nacen salvajes, como todo lo que nace de un sueño, en un mundo civilizado. Un mundo que también habla de los osos pardos. Sabemos qué día se juzga a un cazador furtivo que los ha matado, o leemos que el peligro de extinción los amenaza. Ahora nacen en Somiedo, es un hecho actual y extraordinario. Pero querer contarlo no es, tal vez, más que otro sueño.
Mónica Fernández-Aceytuno
Cambio 16, enero 1994