Ni siquiera bajo el mar hay soledad.
Mónica Fernández-Aceytuno
Mónica Fernández-Aceytuno
Acebos, chopos, castaños, robles… tiñen de colores las frondas.
El otoño ha llegado, por fin, con las lluvias de los últimos días y ha transformado el paisaje.
En la sierra de Béjar, las laderas se han coloreado de amarillo, rojo, ocre y verde, señal de que los chopos, castaños y robles han comenzado su parada vegetativa.
Antes, cuando tenía más tiempo, me gustaba quedarme quieta bajo un árbol durante un buen rato, y observar las distintas especies de aves que se posaban en él o que buscaban alimento entre sus ramas.
Estos días he conseguido disponer de uno de esos ratos, al amanecer, cuando todos aún dormían. Ha sido entonces cuando he disfrutado viendo las idas y venidas de los arrendajos, recorriendo el mismo camino en el cielo, transportando bellotas o castañas hacia algún lugar donde seguramente las escondían para disponer de ellas cuando llegue el invierno.
He visto elevarse en vuelo a un Milano Real y a un Ratonero hostigado por dos urracas; a un Pico Picapinos asearse entre las ramas de un roble; a los mirlos, carboneros, petirrojos, colirrojos y mosquiteros deambulando de acá para allá; a los estorninos y zorzales buscando el sustento en la majada que ya verdea tras las lluvias.
En fin, un verdadero festín de aves, un recreo para los sentidos.
Un saludo.
Pilar.
Pilar López