Ya estamos en Kinshasa. Desde la ventanilla del avión, en…
Tijereta de mar
Me parece mentira haber estado hace tan solo unos días en Morrocoy, uno de esos lugares donde voy casi de polizón, de tal manera que cuando vuelvo todo está por hacer pero, claro, merece la pena que después me falten las horas para realizar mi trabajo con tal de ver paisajes como el que me he traído en los ojos de Venezuela.
A las fragatas o rabihorcados o tijeretas de mar, ya las había visto en Ecuador sobrevolando el Guayas, en la isla de Santay, cerca de Guayaquil, que fue para mí como las Galápagos que aún no he podido visitar.
Allí también, como hace unos días en Morrocoy, tenían estas tijeretas de mar un comportamiento muy parecido al de las gaviotas, en lo que se refiere a seguir a los barcos pesqueros, sólo que con las tijeretas impresiona todavía más, al ser mucho mayor su envergadura: más de dos metros de una punta de una ala a la otra, y tan negras sobre el cielo.
El macho además, tiene una bolsa gular roja, que infla en vuelo, aunque, a diferencia de las gaviotas, suelen volar en silencio y jamás se posan para pescar en el agua.
Dentro de Morrocoy fuimos a una isla llamada la isla de los Pájaros, donde tienen sus colonias las tijeretas de mar (Fregata magnificiens) sobre los manglares que dan al sol y al agua, y donde pude ver los pollos que son más blancos de pecho y de cara, las hembras oscuras y blancas, y los machos de nuevo con su bolsa gular roja.
¡Qué espectáculo de la Naturaleza más hermoso! Tantas aves y al lado una playa de arenas blancas, retenida su arena por el manglar, y después esa agua tan clara donde podías pasar horas sumergida buscando caracolas o estrellas de mar para luego, al salir, ver que te sobrevolaban las tijeretas y esas otras aves rojas, ibis que tienen el color del coral gracias a los crustáceos rojos de los que se alimentan.
Unas aves que en Morrocoy llaman corocoros, o coracoras (Eudocimus ruber) nombres onomatopéyicos que responden a su voz al pasar, muy rojos, sobre el azul del cielo caribeño.
Saludos,
Mónica