Si ayer hablábamos aquí de cómo la luz decreciente sierra las cuernas de los corzos, hoy vemos
9:45 Hace hoy tanto sol que he tenido que cerrar las contras para escribir. Se nota que ha llovido mientras yo no estaba pues la hierba está verde y hay lugares en los que ha crecido más que en otros…
9:47 Se diría que allí hay un montículo de tierra hecho por un topo, una topinera, pero como soy yo la que corto la hierba, sé que en esos lugares está nivelada con el resto. Entonces, ¿por qué espiga mejor ahí?
Sólo cabe pensar que entre los granos que sembré hay una variedad más fuerte que germinó al azar, aquí y allí, y sólo cuando está la hierba sin cortar, se aprecia que es distinta.
No veo el momento de ponerme a segar. Una vez la dejé tan alta que llegaba a la altura de las rodillas y los insectos venían a libar las flores que crecieron entre ellas y después las tarabillas a comerse los insectos,como cernícalos suspendidos sobre el insecto y la hierba.
Me asomaba por la mañana en los días soleados como el de hoy, y parecía que vivíamos en la selva. Estaba feliz, hasta que llegó el verano y se agostó el pasto y ya no hubo manera de que reverdeciera. No era el agua lo que le faltaba, sino la luz en la base del tallo, y la fuerza para vivir que se agotó en el fruto.
Hasta el trigo empieza a perder su color verde cuando espiga.
Feliz día y hasta mañana,
Mónica Fernández-Aceytuno
P.S. Desde el cabo de Gata, nos cuenta José Manuel en ACTUALIDAD NATURAL cómo está hoy, tras la tempestad, el parque donde, en las dunas, están a punto de florecer las azucenas de mar, también llamadas “cebollas de las gaviotas”.
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