ACTUALIDAD NATURAL
LA PERDIZ Y LA TORMENTA
ABC, 23-9-2001
LA PERDIZ Y LA TORMENTA
ABC, 23-9-2001
Buenos días cuando aún es de noche y brilla, a la luz de las farolas, el agua de la lluvia.
Hacía tiempo que no fotografiaba cigüeñas y la verdad es que el sábado disfruté muchísimo mientras observaba cómo iban y venían las cigüeñas de unos nidos situados entre las ramas de los álamos de un prado, en la falda de la sierra de Guadarrama.
Leí hace unos días que las cigüeñas abandonan los nidos si les ponen al lado algo más alto, y no había nada que sobrelesaliera del prado más que estos álamos que están unidos a las cigüeñas por su querencia al agua, aunque sólo sea la de un regato, como en este caso.
Las ramas estaban florecidas con esos amentos rojizos que en vez de caer se curvan un poco, tan propios de los álamos de la especie Populus nigra, y así se veían, sobre el cielo muy azul, como tras una cortina de amentos, las cigüeñas quizás ya incubando, por lo que no estuve mucho tiempo, más que el justo para observarlas con calma y hacerles de lejos algunas fotos.
Era bonito ver la sierra al fondo, todavía nevada, y las cigüeñas buscando sapos y ranas por los prados, cubiertos de belloritas florecidas, como nubes de ese cielo verde que es la hierba sobre la tierra.
Por el camino pude observar también que los arbustos preferidos de Proust, los espinos blancos, están plenamente florecidos.
Un fuerte abrazo para todos,
Mónica
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PROUST
Me he acordado de Proust nada más saber que acaban de florecer los espinos blancos.
Porque aunque del autor de ”A la busca del tiempo perdido” siempre se habla de la magdalena como si no hubiera otra cosa en su magnífico libro, lo que amaba y describió maravillosamente Proust fue la Naturaleza, y sobre todo la botánica, no sólo la que se da en el campo sino la que hay en los jardines, o mejor aún, por los caminos silvestres que había de una casa a la otra.
Y en cada uno de estos paseos, va viéndolo todo, nada se escapa ni a su mirada ni a su letra, y así a los espinos blancos los quiere de tal manera ya desde niño que se abraza a ellos y se estropea su sombrero y su abrigo, con gran disgusto para su madre, al despedirse de los espinos. Y así se prometió que cuando fuera mayor, no imitar la vida insensata del resto de los hombres, y al llegar los días de primavera, incluso en París, en lugar de hacer visitas y escuchar tonterías, salir al campo para ver los primeros espinos.
Ahora mismo están florecidos junto a los prados. A mí, todavía más que las flores en corimbo blancas, endulzando las espinas, me gustan las hojas pues recuerdan en pequeño, con los lóbulos menos pronunciados y divididos, a las hojas de los robles. De lejos, sólo se aprecia la mancha blanca del arbusto como caído en el campo, desordenado y a la vez perfecto, aunque los jinetes les tengan manía porque al pasar a caballo junto a ellos, sus espinas quedan justo a la altura de las piernas.
Y aunque Proust escribe sólo espino blanco, su nombre también es espino albar, Crateagus monogyna, y el nombre de su fruto la majuela, que los hombres comían cuando aún vivían en las cavernas y quién sabe si cada primavera, se maravillaban como Proust con el espino blanco florecido.
También dando un paseo advirtió Proust por vez primera, “la sombra redonda que los manzanos hacen en la tierra soleada”.
Mónica Fernández-Aceytuno
Natural de ABC, abril 2008