Por el vaho que se acumula durante la noche en…
CAPÍTULO I. La garza.
“Yo creo que no compramos la tierra, sino el cielo ese día.”
Con esta foto de ayer por la tarde, de la tierra de Manuela recién arada con la ayuda de una burra, os dejo lo que acabo de escribir esta mañana muy temprano, casi de noche, con una niebla que se convirtió en lluvia y ahora en sol, para el arranque de mi primera novela, o relato, que aún no estoy segura de lo que estoy escribiendo de madrugada.
Muchísimas gracias por vuestros ánimos para continuar y un fuerte abrazo para todos,
Mónica
CAPÍTULO I. LA GARZA
Querido hijo: tu hermano tenía tres años y tú ibas en tacataca cuando llegamos a Carraceda.
Te dejamos en el porche recién construido mirando al valle, y que luego cerramos porque siempre soplaba un viento del nordeste que no venía en los planos de la vivienda. Todo era nuevo: la casa, vosotros, la vida.
Lo primero que hiciste fue irte hacia los terrones de la finca recién sembrada de hierba para caerte de cabeza. No pasó nada, pero ese golpe creo que tu unió a este lugar de por vida, como una semilla que germina tras caer a la tierra.
Además, esta era tu tierra, la tu hermano y la de tu padre, la de tu abuelo, bisabuelo y tatarabuelo Seoane, que vivía aquí atrás, en la casa que el bisabuelo, tras ir de visita a Madrid, llamó “O Escorial”, esa casa grande de piedra que venden una vez y otra sin que nadie quede en ella como si tuviera fantasmas, aunque lo que tiene no es más que la vía del tren pasando justo por delante de las ventanas, porque tu bisabuelo Ramón, ansiando la civilización, se empeñó en que así fuera. Pasaban muy pocos trenes pero la vía se convirtió en un camino por el que transitar sin las silvas de las corredoiras.
Nosotros preferimos esta finca, que también fuera de tu tatarabuelo, y que nos vendió la tía Elvira una tarde de verano despejada. Yo creo que no compramos la tierra, sino el cielo de ese día. Estaba completamente despejado y se veía todo el monte de enfrente, entonces no había autopista, ni tantos eucaliptos, y la inmensidad de lo que se divisaba te hacía sentirte pequeño. Una garza pasó volando hacia el río. Aquello, para mí, fue definitivo y, de todos los que fuimos a ver la tierra, sólo yo dije: quiero comprarla. Vuestro padre me miró asustado pero pacté con la tía Elvira un pago en cuatro partes de dos millones de pesetas, para lo que estuve sin ayuda en casa durante dos años, feliz porque tenía, por vez primera en mi vida, una tierra: tu tierra y la de tu hermano.
Luego hicimos la casa.
Sólo una vez más, en veinte años, volvió a pasar la garza mientras tendía la ropa.
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Cuando llegamos a Carraceda, hijo mío……
Cuando llegamos a Carraceda, hijo mío……