El mar, tranquilo, se revuelve y de su tranquilidad salen…
Lluvia de verano
Llueve esta mañana.
El ruido de la lluvia es como un respirar del cielo.
Lluvia, recreo del Sol.
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Os tengo que contar lo que observé el otro día cuando, tras ver los delfines, fui nadando hasta una playa.
La marea estaba muy baja por la luna llena de la noche anterior, por lo que había pozas que nunca suelen quedar al descubierto, cofres de roca para mí, llenos de joyas de la naturaleza, las más interesantes de todas, al no poder verse así, al aire, más que unos cuantos días al año.
Mientras trataba de ponerle nombre a todo lo que veía, me entusiasman esas algas rosas un poco calcáreas que sólo se dan en los charcos de agua marina más pura, me di cuenta al levantar un momento la vista de que al fondo de la playa había una bandada de cuervos y me fui dando un paseo hasta ellos para ver qué hacían.
Al ser temprano y estar el día nublado, no había nadie en la playa, y los cuervos, hasta que me acerqué, siguieron tan tranquilos, picoteando la arena.
En seguida vi que la zona de bajío donde se habían posado estaba llena de rastros de arenícola, o de mangón, como llaman por aquí a un gusano que se utiliza para pescar y que se entierra tan profundo y es tan escurridizo que aunque escarbes en esa suerte de rastro de arena que deja en la superficie, es casi imposible atraparlo.
Los cuervos echaron al fin a volar con sus graznidos y entonces descubrí que eran capaces de atraparlos y que habían dejado sobre la arena unos agujeros donde podría hundirse una pelota de tenis, con esa agua que se escurre de la arena en la bajamar, y al lado el montoncito que habían sacado para encontrar estos anélidos para mí imposibles de capturar por más veces que lo he intentado.
Como sucede también en la tierra, se conoce que el pico aprecia los movimientos bajo la arena mejor que las manos.
Un fuerte abrazo para todos en este día lluvioso de verano,
Mónica