Red, cascada sin agua. FOTO: @aceytunos en Instagram Buenas tardes,…
Marineros
Ayer descubrimos la playa secreta de unos marineros.
La vista y los pasos se iban, al llegar, hacia una playa grande, donde en principio nos dirigimos, pero luego, mi hijo mayor vio a lo lejos una playita que parecía no tener acceso por ningún lado pero hacia la que, por los acantilados, nos dirigimos andando.
Todo el camino, parte una carretera oscura, parte camino de arena blanca, lo hicimos entre eneldos profusamente florecidos, más altos que nosotros, y en una curva de ese camino, al fondo, vimos el océano, con toda la calma que tenía ayer, y una suerte de aparcamiento para dejar los coches, cuatro o cinco como mucho.
Luego, al bajar, empezamos a tener la sensación de haber encontrado un lugar casi secreto, donde los marineros habían construído una suerte de cocheras (ignoro si tendrán algún nombre) para guardar las barcas alejadas de la orilla y donde entre redes y nasas, había una grúa para bajarlas al agua con la marea alta.
También tenían remolques para arrastrarlas hasta la orilla, dejando unos surcos como los que deja el agricultor en la tierra, hacia un agua clarísima en cuyo horizonte, con todo el valor del mundo, se perdían al atardecer.
Bajo esta suerte de casitas de barco, llenas de gracias, estaban las mujeres de los marineros, o eso me pareció, sentadas en sillas de playa, haciendo un corro, a la manera en la que en los pueblos se sientan a coser y a conversar a la puerta de las casas.
Nosotros, pisábamos la arena con el mayor sigilo posible, como si entráramos en un templo, o en una casa sin permiso, tratando de hacer el menor ruido, aunque sin poder evitar hacer algunas fotos de tanta belleza que había a nuestro alrededor…como la escalerita rodeada de hinojos marinos que bajaba a la arena de la playa desde las cocheras.
Todo bajo un sol inesperado, con la playa cubierta de esas algas rojas que solo quedan en las aguas más puras, recolectando con Flora, la novia de mi hijo Roberto, trocitos de vidrio roto, tallados como esmeraldas, sabiendo que habrá que guardar silencio el resto de la vida para que esta playa siga siendo un tesoro.
¿Cómo se llama? ¿Dónde está?
Sólo diré que ayer pasamos con nuestros hijos una tarde preciosa en esta hermosísima, pequeña y escondida playa del mundo.
Conscientes de lo intrusiva que resultaba nuestra presencia, nos alejamos hacia otra playa, más abierta, donde vimos caer el sol sobre el océano, mientras mis hijos, y los delfines, oscuros al contraluz, saltaban con las olas.
Un fuerte abrazo para todos,
Mónica