m. Por la sierra de Aracena, en torno a Galaroza…
encina.
m. Quercus ilex, Quercus ilex supsp. ballota, y Quercus ilex subsp. ilex. (Castroviejo, S. (coord. gen.). 1986-2012. Flora iberica 1-8, 10-15, 17-18, 21. Real Jardín Botánico, CSIC, Madrid.)
Las flores de la encina parecen una luz del sol sobre las
hojas. La corteza tiene el gris de la ceniza sobre la piedra
como si fuera el árbol que más supiera de la leña y del fuego
y del carboneo. Se posan a veces con la humedad, en la
cara norte, líquenes que tienen el color del oro, como para
decir cuánto vale este árbol que tanto ha sufrido sobre las
tierras que lo mismo se aran, que se aprovechan para soltar
vacas retintas que pastan, o para ramonear ciervos y
gamos, donde las hembras dejan a sus gabatos al cuidado
de la encina, muy quietos, pegados al tronco, bajo su
sombra, sobre el lomo el dibujo de la luz entre las hojas
coriáceas de la encina. Las ramas, de tanto podarlas, han
dado formas extrañas, como de brazos extendidos sobre la
tierra, y aunque consigan elevarse un poco, casi siempre
quedan sus copas con forma de miriñaque, al ramonear el
ganado por abajo la encina en línea recta, como un horizonte,
hasta la altura del diente. De sus bellotas, no sólo se
alimenta el cerdo sino las perdices de los trocitos que dejan,
y los conejos cuando la hierba escasea, y los patos y las
palomas torcaces, y las grullas que recorren con sus trompeteos
miles de kilómetros para ir a por ellas justo cuando
empiezan a caer de las ramas, dejando los cascabillos, esa
suerte de pequeñas cúpulas de madera, verdaderas obras
de arte, llenas de sol, tras caer la bellota que, antes del primer
verano, echará una raíz de un metro de profundidad,
porque lo primero es asegurar el agua, y luego el tiempo;
segundo a segundo los siglos que, sin moverse del sitio, vayan
pasando como una luz entre las hojas.
Mónica Fernández-Aceytuno
“EL VIAJE DEL AGUA”
FUNDACIÓN AQUAE