Se dice del viento del noroeste.
noche.
f. Sombra del día.
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El poeta es un ser sufriente del que la poesía se apiada.
Eso he pensado esta noche, mientras apagaba la radio y escuchaba cómo decían que el flamante premio Cervantes, un tal Gelman del que yo no sé nada y del que tampoco he leído nada jamás porque si lo hubiera hecho lo recordaría, declaraba nada más recibir el premio que la poesía es algo que viene cuando ella quiere, o algo por el estilo, y entonces me puse a pensar medio soñando ya: es verdad, es verdad.
Porque la poesía es algo que, si se va buscando, chirría. Es como si el mundo de pronto se parase e hiciese un ruido desagradable cuando alguien hace un poema que roza la cursilería porque, sencillamente, ni es cierto ni acierta. La mentira es la cosa más cursi del mundo. Y si se fuerzan las palabras, ya sea con la experiencia, el conocimiento o el manejo del lenguaje, las palabras se pueden dejar domar pero siempre hacen un ruido que nos advierte que aquello es cursi porque, sencillamente, no es verdad.
Pero yo no sé de poesía, ¿cómo voy a saber si la descubrí en la peluquería leyendo un libro para un trabajo y me encontré con «el pelo y mi cabeza hundida en tu pelo», o algo así decía?
La poesía de Gelman, viene hoy en la prensa, y me parece maravillosa, el pato salvaje que levanta el vuelo mientras, el sol, no hace preguntas.
Me lo imagino feliz con su premio y a la vez preocupado porque sus nuevas ocupaciones de galardonado le quiten ese favor de la poesía, la dicha de escuchar sus palabras cuando te dicta la poesía al oído, sigue vivo, sigue vivo y escribe, ese escribir de verdad que es mayor gloria que la gloria del más grande de los premios.
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Hace unos días di mi primera comida de pobre.
Quiero decir que, yo antes, cuando invitaba a comer, encargaba al pescadero una robaliza tan grande que cuando pasaba por el «castiñeiro» y abría como un iglú su furgoneta, todo el mundo le preguntaba por la robaliza y a él le gustaba responder que ya estaba vendida.
Pero eso era antes. Que ahora las cosas son de otra manera. Porque yo antes bajaba a Betanzos para comprar pan de todas las clases, y algún bizcocho si no me iba dar tiempo a hacerlo, y vino de todos los colores, y frutas para adornar la casa, y unos ramos de flores tan grandes que en los brazos me tapaban la cara. La ruina, vamos.
Procuraba no echar la cuenta, pero creo que si entonces hubiera invitado fuera, me hubiera costado menos. Claro que, la alegría con la que yo hacía esto, nadie puede imaginarlo, porque aunque lo que voy a escribir ahora no esté de acuerdo con la igualdad ni con los tiempos, tengo que reconocer que para mí no hay trabajo que me de mayor satisfacción que organizar una comida en casa. Que se haga de noche si es de día, y de día si es de noche, alrededor de la mesa.
Por eso, ante la crisis, he decidido dar comidas de pobre. En vez de robalizas, agujas recién pescadas por mi marido y su primo, cuyas espinas son de un azul fosforescente y esto extraña un poco cuando se sirve en la mesa y vas comiendo su carne muy blanca y de pronto llegas a la espina que resalta muchísimo en el plato, pero que también lo adorna y lo vuelve exótico. Al menos eso quiero creer.
A todos los invitados les fui advirtiendo: ojo, que es comida de pobre. Pero nos reímos como en cualquier otra. Puede que más. Mientras tanto pensaba yo en lo que escribió González-Ruano de cuando vivía en Via Margutta 33 en un estudio lleno de goteras que le traía el recuerdo de una las épocas más felices de su vida: «De las temporadas más pobres y más alegres».
Así que bienvenida esta nueva pobreza, de comer lo que haya en casa, y de adornar con las rosas de la cerca. Hasta Einstein decía que había que huir del dinero. Claro que ahora pienso que a lo mejor era muy joven cuando lo decía.
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