Escabiosas de flores moradas, viudas silvestres de los tejados.
Mónica Fernández-Aceytuno
Mónica Fernández-Aceytuno
Salíamos por la mañana temprano y el termómetro del coche marcaba 17ºC.
Fuimos diciendo adiós poco a poco a las montañas desde las que se inició la reconquista, a los prados siempre verdes con sus flores y sus mariposas, a las frías aguas del Cantábrico, a los vuelvepiedras de la playa, a las transparentes aguas del Cares.
Nos quedamos con las ganas de haber visto los asturcones, pero no íbamos preparados para trepar por el monte. En otra ocasión, hemos dicho. Tampoco la pertinaz lluvia nos dejó subir a los lagos, y la niebla cubría a trazos las montañas tras la estatua de don Pelayo.
Pero nos llevamos otras sensaciones que nos han hecho disfrutar.
Y como siempre andamos acechando a las aves, hemos aprendido a distinguir el somormujo joven del adulto, pues el primero tiene la cabeza rayada en negro; y también hemos descubierto que los jóvenes de gallineta no se parecen en nada a los individuos adultos, pero llevábamos por suerte una estupenda guía de aves. Hemos visto garcetas, gaviotas patiamarillas, gaviotas reidoras, gaviotas sombrías, charranes, cormoranes, ánades reales, mitos, carboneros y herrerillos, petirrojos, ratoneros y águilas calzadas, entre otras aves.
Y hemos encontrado mariposas, muchas mariposas, volando sobre los prados verdísimos llenos de flores de agosto, y en el lugar donde otras veces hemos visto limoneras en esta ocasión había colias, libando sobre las lavandas.
Y nos ha encantado ver las avellanas sobre los avellanos, todavía verdes pero ya con la forma que tendrán cuando maduren.
Llegábamos al atardecer a nuestra casa y el termómetro del coche marcaba 39,5º C.
Un saludo.
Pilar