Lo que más me sorprende del erizo son sus pies…
Puerto
Nunca he vivido en un puerto de mar.
Nací entre el desierto y el océano pero nuestra casa de Villa Cisneros daba a una plaza donde no había nada más que arena, cuatro edificios muy blancos, entre los que se veía el fuerte y la iglesia con una cúpula que parecía redondeada por la arena y el viento, y una palmera que crecía en el jardín con suelo de cemento de nuestra casa rodeada por un alcorque encalado de blanco y con un camaleón atado por una pata al tronco de la palmera.
El océano estaba ahí mismo, pero no se oía ni se veía el mar, aunque la cocina estuviera llena de cubos de agua salada con almejas vivas grandes como puños que asomaban sus sifones y escupían el agua.
Eso es lo que mejor recuerdo del Sáhara, la cocina de mi casa con langostas caminando sobre la mesa de la cocina, y el agua de mar por el suelo, y una palmera muy verde en lo alto del cielo azul, unos recuerdos marineros a los que ahora regreso con una casa y una palmera y un puerto junto al mismo océano donde nací.
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Buenos días queridos lectores de la Naturaleza,
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Mónica #aceytuno
P.S. La foto la hice unos días en el muelle, con la marea muy baja, donde una pluma blanca de gaviota se quedó casi también incrustada entre las bellotas de mar, esos balanos que se adhieren a casi todas las superficies del puerto, y que me encantan, por lo que representan de conquista de la tierra desde el agua.