m. Lámina vegetal de los helechos. ***** No es correcto…
Universo.
m. Infinito, el Todo sobre la Nada.
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La Tierra no es el centro del Universo, ni de la vida.
Mónica Fernández-Aceytuno
El país de los pájaros que duermen en el aire
PESSOA
“Paso y me quedo, como el Universo”.
En mi caso me quedo, una vez más, a las puertas, por esta manía mía de querer ver todo en lunes, que es cuando cierran.
Y aún así no quiero dejar de escribir de Pessoa, a propósito de la exposición recién inaugurada, inédita para mí, titulada “Fernando Pessoa en España”, en la Biblioteca Nacional España, desde donde escribo ahora mismo sobre uno de los pupitres planos, el 155, en el que ya se ha encendido la luz pequeña, intermitente y roja que te avisa de que ya tienen el libro que has pedido, que me recuerda al florecer del avellano, toda flor es una luz, con su diminuta flor roja, algo siempre inesperado que estabas esperando.
Cerrada por hoy la exposición, abro el libro, “Cuadrivio”, cuyo autor es Octavio Paz, antólogo de Fernando Pessoa, contándonos cómo y cuándo nació uno de los heterónimos de Pessoa, mi preferido, que es Alberto Caeiro, “El guardador de rebaños”, el hombre, a decir de Paz, “reconciliado con la naturaleza”:
“Ojalá mi vida sea siempre esto: /el día lleno de sol, o suave de lluvia, /o tempestuoso como si se acabase el Mundo”.
Se podría pensar que Pessoa escribió estos versos sentado frente a una ventana, viendo llover y salir el sol al mismo tiempo, en un día indeciso de primavera, pero la realidad es que estos versos están escritos de pie, y seguidos, como si el tiempo no existiera, escribiendo al ritmo de esos otros segundos que son las letras cayendo como en un reloj de arena que no se detiene hasta que ha caído la última palabra que tenía que decirse, que es cuando el tiempo se acaba.
El nacimiento de Alberto Caeiro lo relata Octavio Paz transcribiendo un fragmento de una carta de Fernando Pessoa dirigida a Casais Monteiro:
“Un día, cuando finalmente había desistido – fue el 8 de marzo de 1914 – me acerqué a una cómoda alta y, tomando un manojo de papeles, comencé a escribir de pie, como escribo siempre que puedo. Y escribí treinta y tantos poemas seguidos, en una suerte de éxtasis cuya naturaleza no podría definir. Fue el día triunfal de mi vida y nunca tendré otro así. Empecé con un título, El guardián de rebaños. Y lo que siguió fue la aparición de alguien en mí, al que inmediatamente llamé Alberto Caeiro. Perdóneme lo absurdo de la frase: en mí apareció mi maestro.”
¡Y qué maestro! Hay verdades a las que llega antes la poesía que la ciencia, algunas entre estos poemas escritos de pie sobre lo alto de una cómoda. Precisamente por no querer saber ni pretender llegar a ninguna parte, llega:
“No sé qué es la naturaleza: la canto”
Y mi preferida: “La Naturaleza de ayer no es Naturaleza”, que Pessoa unas veces escribe con minúscula y otras con mayúscula como si estuviera hablando de cosas distintas.
“Sentir a la vida correr por mí como un río por su cauce, /y ahí fuera un gran silencio, como el de un dios que /duerme”.
O el silencio de quien lee a Pessoa en una biblioteca, mientras se nubla su cristalera.
Un silencio que pesa y que vuela.
Mónica Fernández-Aceytuno
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