Había pasado una eternidad desde la última vez que había…
Wittgenstein
Cae la tarde sobre la espalda de los girasoles.
Una bruma marina se adentra silenciosa, lentamente, anunciando cambios para mañana. Las vacas siguen a lo suyo, que es pastar, como si no percibieran estos cambios, o no les importara en absoluto. El mar los nota todos. Estaba el agua de la ría revuelta esta mañana, aunque en calma. Una lavandera salió de la orilla y se fue volando mar adentro, dando saltos como si sobrevolara olas invisibles, dibujando su forma, sin llegar a tocar jamás el agua. Se perdió de vista en línea recta, haciendo ondas, como la cuerda de una comba, hacia una batea y a los pocos minutos regresó a la playa para caminar entre las algas.
Sentada, con los pies en la arena, leía a Ludwig Wittgenstein, sus aforismos: “También los pensamientos caen a veces inmaduros del árbol”. Después de leer algo así, al menos yo, no soy capaz de hacer otra cosa más que levantar la vista para mirar con perspectiva el pensamiento, como la lavandera marchándose.
¿Escribiría Wittgenstein estos “Aforismos. Cultura y Valor” mientras estuvo en una cabaña de pescadores en Noruega? ¿O quizás en Galway, en Irlanda? No lo sé. Pero recuerdo haber leído que daba instrucciones para que le dejaran la comida a distancia de tal manera que nadie le importunara, mientras leía, escribía y pensaba. Qué tranquilidad. Algo que resulta casi tan imposible como encontrar el silencio algún lugar en el aire.
Anoche, estuve completamente de acuerdo con él, cuando leí lo que escribió acerca de la poesía y de la música, y la manera en la que creen los hombres que no aprenderán nada de ellas, como si la poesía no revelara algo quizás más valioso que una fórmula científica. Me refiero al aforismo número 194:
“Los hombres de hoy creen que los científicos están ahí para enseñarles, los poetas y los músicos para alegrarles. Que estos tengan algo que enseñarles es algo que no se les ocurre”.
También me gustó, como para no olvidarlo, el aforismo número 383:
“Schiller escribe en una carta (me parece que es a Goethe) de un “estado de ánimo poético”. Creo que sé a qué se refiere, creo reconocerlo. Es aquel estado de ánimo en el que se es receptivo a la naturaleza y en el que los pensamientos parecen tan vivos como la naturaleza”.
Pasa la tarde y pasa el silencio, que es cuando el tiempo camina de puntillas, los segundos, esos ciempiés, sin hacer ruido. Pero siempre se oye algo. Un tractor, una motosierra, allí abajo, en el monte, trayendo luego el remolque lleno de troncos, con la misma medida, tan cargado que casi no puede subir por la cuesta, como si las raíces tiraran aún de los árboles talados a matarrasa.
Por aquí, todavía verdes, ya están los castaños llenos de erizos.
“También los pensamientos caen a veces inmaduros del árbol”.
Todo empieza a tener un aire cierto aire de final aunque estén plenamente florecidos los girasoles, amarillos como el verano.
Sigo leyendo a Wittgenstein, aforismo número 393…”quisiera ser leído lentamente. (Como yo mismo leo).”
Mónica Fernández-Aceytuno