Según me voy adentrando por el camino del tiempo, me…
Camus
Camus es uno de esos escritores que parecen no tener carrera sino fuente de la que manan, para perderlas, las palabras.
Sus libros, o al menos los que yo he leído, son breves como un suspiro. Quiero decir que están repletos de todas las palabras que ha descartado para escribirlos por lo que se tarda en leerlos ya que hay frases que te obligan a detenerte, “el cielo se puso verde”, o cosas por el estilo.
La primera vez que leí “huele a sol”, comprendí cómo era Argel, el olor a sol, el cielo verde, el cielo lleno de azul, el puerto ardiente de sol, y de noche, “el nido de luces de Argel”. Entre todas las palabras, Camus elige: sol. En El extranjero hay páginas en las que aparece tantas veces que se diría que el sol es el protagonista, y no Meursault. En un momento del relato, su jefe le ofrece la posibilidad de irse a trabajar a París y así abandonar Argel y poder cambiar de vida, y le responde Meursault que le parece que es imposible cambiar de vida y que, de todos modos, le gusta vivir en Argel. Desde la ventana de su oficina se ve el mar y el puerto y, al salir del trabajo, se va a la playa, nada, se tumba en el agua, sorbe un poco de espuma marina. Se entiende y se quiere su falta de ambición, que con tanto mar y tanto sol todos los días, no quiera salir de Argel.
Cuando las ciudades más soleadas se ven sacudidas por el horror y el caos, su cielo azul lleno de sol se cubre y se llena de polvo y se vuelve sombrío.
Como si no tuviera que ver con la ciudad en la que viviera Albert Camus, me extrañó la falta de sol en Argel tras los últimos atentados, e igual que Meursault en El extranjero, “quedé largo rato mirando al cielo”.
Mónica Fernández-Aceytuno
ABC, 20-4-2007