Me encantaría saber a quién le presté el libro de…
Edith Holden
Hay libros que no saben qué hacer para llegar a nuestras manos. En realidad, hace ya tiempo que venía huyendo de este libro porque yo leo y no leo por instinto.
En este caso, no quise leerlo por lo que se me parecía. Me tropecé con él de casualidad, en la biblioteca, y nada más abrirlo encontré que Edith Holden llamaba estrellas rojas a las flores de los avellanos. Estrellas rojas.
A veces me pasan cosas que mi marido me dice: “nadie te va a creer”, y son las cosas más verdaderas que me han sucedido. Esta del libro pensé no contarla porque ¿quién creería que no me detuve a leer el diario de Edith Holden si se fijó mucho antes que yo en los mismos pájaros, en las mismas flores, en los mismos árboles, y en las estrellas que parecen las flores del avellano, y los frutos del castaño, en los que yo veo estrellas verdes? Estrellas verdes.
Así que con el susto de encontrar mi mirada en otros ojos, me alejé del diario de Edith Holden todo lo que pude pero, su nombre, se me fue apareciendo desde entonces, primero en las recomendaciones de mi ilustradora, Amparo Duñaiturria, y luego, con sorpresa mayúscula, en la contraportada de mi primer trabajo editorial.
Casi nadie reparó en este detalle, ni siquiera mis tíos cuando este verano me regalaron el libro que habían encontrado en la biblioteca de Enrique, un hombre cultísimo al que yo conocí y admiré. Era el diario de Holden escrito a mano durante 1906 en la aldea británica de Olton, donde no tenía más que mirar alrededor para observar la vida.
Sin embargo, tuvieron que pasar setenta años para que se publicaran sus anotaciones y sus bellísimas acuarelas de la Naturaleza, adornadas con poemas de Shakespeare, de Coleridge, de Spenser, traducidos al español por Luis Alberto de Cuenca y Javier Marías.
En la sobrecubierta se lee que “el 6 de marzo de 1920, a la edad de 49 años, Edith murió trágicamente al caer y ahogarse en el Támesis cuando se hallaba cogiendo flores de castaño”, lo cual me parece ahora imposible ya que florecen en junio.
En el velador de la galería, procuro dejar abierto el diario por el mes en el que estamos.
Septiembre tiene dibujados unos castaños llenos de estrellas verdes.
No tengo más que levantar la mirada para ver en este instante lo que ella veía.
Mónica Fernández-Aceytuno