m. Parte de la palmera que se asemeja al tronco…
Camilo José Cela
Los muertos, ya se sabe, no hablan ni protestan. Pero hay que tener en cuenta que, si bien los muertos no viven, siguen existiendo, y esta existencia es eterna. No es que yo conociera mucho a Cela, puesto que hablé con él dos veces, pero sí he leído lo suficiente como para colegir que tenía una voluntad de hierro, y no cabe esperar menos del carácter de su ánima. Solía cerrar la mano y no abrirla hasta que conseguía lo que quería, y esto tal vez le venía de cuando niño, al rodar con la niñera por las escaleras, y quedar como muerto tres días en los que su abuelo «prohibió la circulación de trenes de mercancías y ordenó que los de viajeros aminorasen la marcha al pasar por delante de la casa». Estaba en Iria-Flavia. Lo cuenta en «La rosa», su libro de memorias; una rosa a la que antepuso el artículo para titular tan bien como Baroja.
Para mí Camilo José Cela es, junto con Miguel Delibes, el autor español que mejor ha nombrado a la Naturaleza, pues no cae en eso de los árboles y los pájaros y las flores, sino que les va poniendo su nombre a cada uno, herborizando las palabras. Una parte importante de su obra, con el valor añadido de que era literatura recién escrita, la dejó en este ABC, con el que de niño cazaba moscas. «El deporte de cazar moscas con ABC es emocionante y puede llegar a ser apasionante». También lo escribió en «La rosa». Dice en el prólogo: «La historia es un chaparrón mantenido en el que, a veces, se hace una clarita para ver volar los minúsculos y pintados pájaros que no escriben la historia: el verderol, el jilguero, el chamariz y, entre tantos otros de bellísimos nombres y siluetas, el niño que navega, incluso con naturalidad, por las nubes más altas y confusas». C.J.C.
Que su obra se quede donde su infancia.
Mónica Fernández-Aceytuno
ABC, 3-7-2010