Tiene también la escalera pintada de rojo. De un rojo…
Dante Alighieri
Hoy pasé la noche en blanco escribiendo.
Me dormí pensando en lo que escribiría al día siguiente, pero mis propias palabras no me dejaban dormir por lo que decidí levantarme a escribirlas.
Es algo que no me había pasado nunca porque a mí siempre me ha gustado madrugar mucho y acostarme muy temprano para, más que dormir, casi perder el conocimiento, de lo bien que duermo casi siempre, menos ahora con las letras volando por la cabeza.
Me dieron las cinco de la mañana, llevándolas una a una a esa tierra del papel que es blanca y es blanda como la de una huerta sobre la que aún no se ha plantado nada, que hay huertas en primavera que parecen hechas de harina, una harina muy negra, de la tierra oscura pero tan desmenuzada, deshechos todos los terrones, que pocas veces están las huertas más bonitas que cuando no hay nada sobre ellas mas que una extensión de tierra, esa página en blanco.
Lo curioso es que también he empezado a escribir a mano, cosa que no hacía desde que era una niña, y eso sí que me asombra, no poder ir sin un lápiz a casi ningún lugar como hace unos días en la presentación de un libro que me encantó, sobre el discurso que Giovanni Boccaccio hizo para defender a Dante Alighieri, por el injusto destierro que había sufrido de Florencia. ¡Cuántas cosas se dijeron que me gustaron! Como el aspecto que tenía Dante escribiendo la Comedia, que era así como se llamaba hasta que empezaron a leerla y le pusieron el adjetivo de divina, porque había mujeres que hacían bromas diciendo que ¿cómo no iba a tener esa barba y esos harapos, si venía del infierno?
Tuve una conversación después con un grupo de señoras muy versadas, alguna muy joven, a las que les decía que en, el fondo, necesitamos un papel al que agarrarnos, y que los libros quizás por eso no han naufragado porque el papel, que empieza a no valer para el día a día, nos vale para la noche, cuando está la cabeza saturada de pantallas líquidas y necesitas algo a lo que asir el pensamiento que a la vez tenga la solidez de una tabla de salvación, como pueden ser algunos libros.
Tenemos un amigo que lleva dos días sin luz en Galicia, y cuando le preguntamos que qué hacía, decía que estar en la cama, día y noche. Al menos por el día, podrá leer, pensé. Quién sabe si estar así, leyendo a la luz del día, y durmiendo temprano porque no hay luz, es una cura de no se sabe muy bien qué, pero una cura que puede consistir en ver de nuevo directamente las cosas, y las letras sobre el papel.
Estoy viendo ahora mismo una luz de atardecer que es una maravilla y con la que quiero irme a dar unas vueltas al estanque del Retiro para estirar un poco las piernas. Me he dado cuenta de que no sólo las gaviotas sombrías sobrevuelan al atardecer el estanque en grandes bandadas sino que siempre estamos los mismos, con un fondo de gente que pasa, como un señor que canta y baila con un pañuelo rojo en la cabeza, y con los cascos oyendo una música que ninguno escuchamos, mientras la gente y las gaviotas pasan, menos una pareja que se ha quedado, se diría que a vivir, con los patos azulones, los machos ya con ese espejuelo azul que anuncia la cría.
Sólo espero que esta noche pueda dormir un poco, porque me miro al espejo y, siendo de ciencias, he empezado a verme cara de lechuga.
Y de letra.
Mónica Fernández-Aceytuno