Cerezas

Cerezas

Las únicas aves capaces de abrir en dos un hueso de cereza, comerse la semilla y dejar primorosamente colocados, como si de un libro abierto se tratara, una parte del hueso vacío junto a la otra, son los picogordos –Coccothraustes coccotraustes– es decir: «rompe-cocos».

Este nombre, junto a otros como «pico de hierro», da una idea de la fuerza que tiene esta pequeña ave de aspecto cabezón en vuelo por ese pico fuerte y preciso con el que es capaz de abrir en dos el durísimo hueso de las cerezas. Durante el invierno, cuando se queda la cereza en los huesos bajo el árbol y solo el topino rojo puede hacerle un agujero con sus dientes y dejarlas vacías y huecas, es cuando el picogordo hace su agosto.

Ahora han salido las flores y aunque estos cerezos que vemos como un espectáculo por los valles son todos cultivados, también hay cerezos silvestres floreciendo discretamente en las umbrías de las montañas de la Península.

Aquí pasan los cerezos más desapercibidos, al ser raro que formen auténticas cerecedas, y en vez de grandes nubes de flores son manchas blancas desperdigadas lo que vemos en el cielo del bosque gracias a las aves. Estos cerezos silvestres dan cerezas más pequeñas y sólo los córvidos o las gaviotas, si el cerezo está junto al mar, se las comen enteras y las diseminan por el monte.

En cambio los zorzales y los estorninos, cuando forrajean los cerezos, picotean solo la pulpa y dejan colgado el hueso del pedúnculo, como está ahora la flor, colgada de un rabillo que será el de la cereza.

Mónica Fernández-Aceytuno

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