Aunque un poco perjudicado por la noche, el frío y las rodadas de un tractor, aquí está el rodal de setas rojas, hace veinte minutos, bajo el sol de este día a las diez de la mañana.
Mi artículo de ayer en el ABC de papel.
Mónica Fernández-Aceytuno
La calle era un baile de hojas que acababan flotando en los charcos, alfombrando la acera, volando entre los edificios, perdidas sin su rama y sin su árbol. Pero el ginkgo de la plaza de la Lealtad, frente al palacio de la Bolsa de Madrid, ni se inmutaba, con todo el oro cayendo de sus hojas en abanico. La manera en la que se ramifica el ginkgo recuerda a la caligrafía japonesa, un “kanji” con el pensamiento de un filósofo chino: “Un cuadrado infinitamente grande no tiene cuatro esquinas” (Laozi). Lo que yo daría por ver los rodales de ginkgos en Szechuan, descendientes de los que convivieron con los dinosaurios. El ginkgo es una gimnosperma del Jurásico que podemos contemplar hoy con vida. Su belleza al final del otoño, al principio del invierno, es inigualable. De luz y de oro. El árbol de Navidad de cuando no había Navidad. Ni un alma sobre la Tierra. La belleza para nadie.
Feliz Navidad,
Mónica Fernández-Aceytuno
Mónica Fernández-Aceytuno