Leí hace unos cuantos días una noticia publicada en un diario que atrajo mi atención por lo
Charcas sobre las que flotan en primavera, un poco elevadas, como para no mojarse los pétalos en el agua, las flores blancas de los ranúnculos.
Mónica Fernández-Aceytuno
Mi artículo de ayer en el ABC de papel:
LA ALCUBILLA
El día había resultado muy largo, lleno de cosas inesperadas.
Aunque tenía el teléfono del autor, llegué a casa tan tarde como para no llamarle, y además, pensé, decidí, escucharle primero por su escritura. La portada de este gran libro, no podía ser más bonita, con una casa de tejados rojos al fondo de un marco de encinas: “Vida y fauna en una dehesa salmantina” de José Félix Pérez-Orive Carceller.
De la Naturaleza, lo único que yo quiero es que exista, y las fotos de este libro daban cuenta de la existencia de una maravilla. Me encantó, para empezar, la imagen de los nietos desayunando en la cocina, con la dedicatoria a ellos, y más aún la gran foto siguiente en la que se aprecia que también a las encinas se les ha dejado tener descendencia en La Alcubilla, limitando el ramoneo para que den encinos en formación las siete mil trescientas setenta encinas que tiene esta finca, la cuarta parte centenarias.
Al autor le atrajeron de este lugar las charcas sobre las que flotan en primavera, un poco elevadas, como para no mojarse los pétalos en el agua, las flores blancas de los ranúnculos. La Alcubilla quiere decir “cofre de agua”, y es tal la pureza en los estanques de piedra que hay renacuajos y tritones, también gallipatos, y salamandras.
Para realizar la compra de la finca, siguió el consejo del profesor Pereira: “El beneficio es lo que puedes gastar sin empobrecerte”. Y ya propietario, se siente Pérez-Orive Carceller como si no tuviera nada más que un trabajo por delante, al caer en la cuenta de que es imposible poseer la Naturaleza, y que sólo podemos aspirar a aprehenderla a través del conocimiento, lo cual le lleva a descartar cualquier forma de explotación que haga salir volando lo que ama, que es la vida silvestre sobre la tierra que ha comprado.
Es tal su sabiduría, que sabe que no sabe casi nada, y pide ayuda a los expertos. Entre ellos, el fotógrafo y ornitólogo Miguel Rouco, quien caminando por una finca que no es suya, resulta afortunado, al ser capaz de distinguir por los volares a una hembra de cuco en fase roja que lleva en las plumas la luz de atardecer de la sabana que es la dehesa en verano.
Cuando miras las fotos a doble página del final, un somormujo, una carraca, un bando de ortegas, piensas que una finca no debe medirse por hectáreas sino por la vida que hay en ella, como en Galicia las leiras por los carros de hierba.
Recordé lo que había apuntado, para leérselo a mis hijos, escrito por Pérez-Orive Carceller cuando se propone identificar las especies con las que convive en La Alcubilla:
“Mi misión consistiría en algo que había hecho toda mi vida. Establecería qué quería hacer, me pondría pesadísimo en conseguirlo y controlaría con exigencia la pureza del resultado”.
Lo ha conseguido, lo ha conseguido, me dije.
No sé qué cerré antes, si los párpados o el libro.
Mónica Fernández-Aceytuno
ABC, sábado 15-2-2014
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Mónica Fernández-Aceytuno