Ayer me di cuenta de que llevaba años confundida con el término periostraco, al pensar, que era la parte lisa y en ocasiones nacarada del interior de las caracolas.
Mónica Fernández-Aceytuno
Mónica Fernández-Aceytuno
Ayer, desde el espigón del muelle, observé una bandada de cuatro azulones que volvían al interior de la ría como si hubieran pasado el día alejados de la tierra.
Yo en realidad estaba observando a un charrán, que estaba pescando en el puerto, donde se diría que hubieran encerrado miles de alevines de mújoles que brillaban con el verde irisado del lomo de una caballa.
Parecía un vivero más que un muelle, una auténtica incubadora de peces por lo que resultaba lógico que el charrán, en vez de salir a pescar a mar abierto, prefiriera hacerlo aquí, aunque los barcos amarrados le obligaran a realizar quiebros muy graciosos, para zambullirse desde lo alto en un espacio muy pequeño de agua, como si en vez de al mar se tirase a una piscina para niños.
Perezosas, pasaban las gaviotas, como señoras que jamás se mojan la cabeza, ellas, que han aprendido a comer lo que pescan otros, vuelan con una parsimonia carente de belleza, al lado de la esbeltez del charrán, y su manera de dejarse caer, asomando los codos de unas alas larguísimas.
Se iba la luz y el charrán seguía pescando, guiado por el brillo de los alevines en el agua, mientras la luna llena comenzaba a salir y los azulones regresaban a tierra.
Buen día,
Mónica
P.s. Ya no podré escribir del charrán sin recordar que es la primera ave que nombra Colón en su diario: garjao, que no es alcatraz, sino charrán.