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Nos escribe un escritor, Alberto Estella Goytre, sobre la candela de la encina.
Nos escribe un escritor, Alberto Estella Goytre, sobre la candela de la encina.
En los alrededores de San Juan de la Peña se pueden ver bosquetes de pinos a cuya sombra crecen magníficos acebos, funcionalmente dioicos, que el día de mi visita, el 15 de mayo, estaban en plena floración.
Habitualmente los nombres con los que Linneo bautizó a las distintas especies son muy descriptivos. El acebo, Ilex aquifolium, no es una excepción. Ilex es el nombre latino de la encina, cuyas hojas pueden ser confundidas con las del acebo, y aquifolium, de aqus, aguja, y folium, hoja, significa hoja picante, hoja que pincha.
Es curiosa la distribución de las hojas en la forma en la que quizás podríamos llamar de ahorro energético. Las de los ejemplares jóvenes y las de las ramas bajas de los adultos presentan un borde muy espinoso mientras que las de las ramas altas, a donde no llega la boca de los herbívoros, no tienen espinas ni son coriáceas. ¿Para qué voy a perder energías blindando mis hojas altas si hasta ellas no van a llegar mis enemigos?, se preguntará el acebo.
Los frutos, drupas poco carnosas, de color rojo brillante, maduran en invierno, en una época en la que escasea el alimento, por lo que son muy bien recibidos por muchas especies, especialmente de pájaros. La madera, dura y compacta, con la que se puede imitar el ébano, es muy apreciada por los ebanistas. Con la corteza, que contiene un alcaloide, la ilicina, de características parecidas a la quinina, se elabora liga para cazar pájaros. Finalmente, y dejando aparte sus múltiplos usos en la medicina tradicional, hay que destacar su empleo en jardinería y como adorno navideño.
Muy cerca, en los jardines del centro de interpretación, he visto jóvenes tejos y paredes cubiertas de yedra que, juntamente con los acebos, llevaron mi imaginación hasta los pazos gallegos y, desde allí, a la leyenda celta sobre Tristán e Isolda. El rey Arturo, para propiciar la paz entre Marcos de Cornualles y Tristán, propone que Isolda divida su tiempo entre ambos pretendientes de manera que conviva con el primero de ellos mientras los árboles estén desnudos de hojas y con el segundo cuando sus ramas se vistan de verdor. Isolda, enamoradísima de Tristán y, por supuesto, chica lista, acepta de inmediato:
“Tres árboles hay y los tres son muy buenos:
el acebo, la hiedra y el tejo.
Los tres tienen hoja durante todo el año.
Toda mi vida seré de Tristán”
Un abrazo. Joaquín