El talud que separa la carretera de Suso de la placita que precede al cementerio de San Millán está cubierto de retamas.
María Luisa
María Luisa
8:43 Y ahora hay que pinchar sobre la foto, para ver sobre la pared blanca, fotografíada con el sol que salió ayer por la mañana, el rastro del caracol.
A la izquierda se ve una sombra en espiral, que es lo que mis hijos llaman “el tendal” y que es una estructura de hierro que forjó el herrero, siguiendo mis instrucciones, con esa forma de caracol, para sostener a una glicinia, y a la derecha de esa sombra, se aprecia el brillante y errático rastro de un caracol.
Y aquí viene la decepción porque se aprecia claramente que aunque un caracol no traza líneas rectas sobre la pared, tampoco es Gaudí porque no son líneas armoniosas, sino más bien desordenadas, como el rastro que dejaría alguien ebrio que va agarrándose a las farolas, o un niño haciendo garabatos, lo cual demuestra que tampoco el caparazón, la caracola, hace al caracol.
Y eso que yo tengo suerte porque la pared de mi casa está pintada de blanco y con la pintura de siempre. Porque por aquí se ha puesto ahora de moda pintar las paredes de colores con un material llamado cotegrand, rugoso como una piedra pomez, donde el rastro del caracol se vuelve tan conspícuo, que la fachada parece, con el brillo del sol, agrietada, y pegada con pegamento.
Cabía esperar más de un caracol, algo parecido a la sombra del tendal, del hierro en espiral, una imagen parecida a la que figura en la portada de uno de mis libros preferidos: “Descripción de los Moluscos terrestres del Valle del Najerilla”, de Adolfo Ortiz de Zárate López.
Pero de este libro, perfecto, una armoniosa espiral, escribiré otro día.
Feliz día y hasta mañana,
Mónica Fernández-Aceytuno
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Hay que entrar por “leer más” para observar cuál es la trayectoria del caracol, tan distinta de la sombra en espiral.