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Buenas tardes. Durante los años que trabajé en un laboratorio francés, solía ir, para los cursos de formación, a un pueblecito francés llamado Castres, muy cerca de Albi, donde nació Toulouse-Lautrec.
Precisamente en Albi, en una de esas casas francesas cuyas paredes tenían el mismo y artístico abandono de sus jardines llenos de setos que se mezclaban en el horizonte con el paisaje, la piedra llena de líquenes, nos daban, en un interior de vanguardia, hace ya muchos años,los cursos científicos.
Luego íbamos a dormir a una suerte de palecete de varios pisos, con los tejados finalmente abuardillados, impecable por dentro y por fuera, y adonde no dejaban que se acercaran los coches, para que no estropearan la perspectiva de la imponente fachada del palacio envuelta en un bosque de cedros.
Aunque lloviera, había que recorrer a pie el trayecto hasta el palacete andando por un camino hecho con la grava de la orilla del río, y que rodeaba por completo la casa y la separaba como si fuera un foso del jardín y el bosque, por lo que no había manera de llegar sin hacer ruido, porque anunciaban las pisadas en la grava que alguien se estaba acercando.
Y al fin llego yo también a lo que quería contar hoy, y de lo que me acordé, no sé muy bien por qué, esta mañana: que en la casa había una señora, una auténtica dama, que se encargaba de que todo estuviera en orden, porque no era un hotel, sino un palacete para recibir a los que veníamos a estudiar los cursos en el laboratorio cuyas investigaciones se centraban en las plantas medicinales.
Pues bien, en la mesa, había unos pequeños jarrones de flores silvestres que se cambiaban cada día, pues esta señora salía a buscar esas flores cada día en el bosque de los alrededores.
Que aquélla señora se molestara en dar un paseo buscando alguna flor silvestre para adornar ese día la mesa, es quizá lo que yo tengo que tratar de hacer aquí cada día. Porque todas las noticias que leo de Naturaleza, me parecen cultivadas, incluso artificiales, y lo que yo quiero aquí es la flor silvestre y fresca, sobre esta página tan blanca como un mantel sobre la mesa.
Hasta mañana,
Mónica Fernández-Aceytuno
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Buenas tardes. Durante los años que trabajé en un laboratorio francés, solía ir, para los cursos de formación, a un pueblecito francés llamado Castres, muy cerca de Albi, donde nació Toulouse-Lautrec.