Las últimas heladas, han dejado arrasadas las briznas de los sembrados; pero, esto, que a simple vista, parece una ruina, no lo es.
María Luisa
María Luisa
En el mar, con la alerta, no dejan de arribar a la orilla esas algas gigantescas llamadas laminarias hiperbóreas.
La Laminaria hyperborea está siempre sumergida, formando una suerte de bosques en la zona infralitoral, protegiendo la costa como una cortina parecida a las que hay en los polígonos industriales y que son como correas transparentes que cuelgan del techo para que no se vaya la temperatura del aire; pues bien, esa misma consistencia, un poco plástica, es la que tienen estas algas de un verde muy oscuro cuando aún están vivas bajo el agua, y pardas cuando llegan a la playa, y blanquecinas cuando el sol les ha robado toda la clorofila.
Si viéramos a las laminarias en vez de arrumbadas como ahora en la playa, sumergidas, veríamos un bosque, cuyas copas se asomarían al aire tan sólo, tímidamente, con las mareas equinocciales, que son las más vivas.
Esta alga, puede ser tan grande como un pequeño árbol, y en vez de raíz tiene una suerte de rizoma, que es como una moneda muy gruesa, un disco que se agarra a las rocas del fondo, y de cada disco surge un talo, una especie de tronco muy fino, y tras varios metros, la copa, que es igual que una hoja gigantesca con forma de abanico dividida como si sus varillas se hubieran roto; una copa plana, como si la hubiera dibujado sobre el papel un niño.
Lo asombroso es que del disco sobre la roca surge el gran fronde entre lo que va de la primavera al verano, algo que impresiona, tanto dispendio de vida en tan poco tiempo, como sucede cuando no se termina de comprender, aunque sea cierto, que el venado cambia sus cuernas todos los años.
Bajo el agua, la Laminaria hyperborea da sombra igual que un árbol al fondo marino. Pero en la orilla, fuera del agua, pierde su gracia y su verticalidad, y se derrumba y se doblega sobre la arena.
Estas algas no se considera que tengan ni raíces ni tallos verdaderos, pero en la playa, entre sepiones y caracolas rotas, parecen, las laminarias hiperbóreas, aunque nadie hable de ellas, también árboles caídos.
Mónica Fernández-Aceytuno