Querida Mónica:
La comarca cacereña de La Vera, situada al norte de la provincia, es un enclave privilegiado para los amantes de la naturaleza.
He tenido la suerte de pasar unos días cerca de la localidad de Jarandilla de la Vera, en cuyo Parador (que fue Palacio del Conde de Oropesa), se alojó durante varios meses el emperador Carlos V, a la espera de que terminasen las obras de construcción de la que sería su última morada en Yuste.
Para descubrir la belleza de estos parajes, en los que el agua que baja de la sierra por gargantas y barrancos es la verdadera protagonista, no hace falta alejarse mucho de los núcleos de población.
Y así lo pudimos comprobar en un breve paseo que dimos al atardecer por un camino que ascendía al monte y que se continuaba con una vereda que se perdía al fondo de un barranco estrecho y profundo.
Entre las especies vegetales, citar algunas como los robles, sauces, helechos o las dedaleras florecidas.
El cielo estaba lleno de abejarucos y pasaron varias parejas de palomas torcaces. En lo más alto, pudimos distinguir la silueta de un Águila perdicera.
En la misma vereda descubrimos los excrementos de un zorro y de una nutria y pasó volando una oropéndola. Multitud de aves cantaban entre las zarzas y entre ellas vi a un petirrojo. Pero lo mejor fue cuando escuchamos al ruiseñor y pude verlo unos instantes, moviéndose inquieto, entre las ramas de un árbol.
En los amaneceres de La Vera, te despiertan las oropéndolas con su canto de flauta.
Y hay tantas golondrinas y son tan confiadas, que se posan en lo alto de las sombrillas de las terrazas de los restaurantes y te deleitan con su repertorio de gestos para el aseo del plumaje, como si no fuera con ellas el bullicio de la gente.
Un cordial saludo.
Pilar López.
P.S.: Bendita chicharra que se posó en mi terraza y te inspiró el artículo de La Cigarra, escrito, como todo lo que escribes, con exquisitas delicadeza y sensibilidad.