Como si hubiera sumergido en sus aguas un bosque de encinas y de cipreses, ese mismo verde de sus ramas, verde seco, el que tiene el agua del Tajo al rodear Toledo.
Mónica Fernández-Aceytuno
Mónica Fernández-Aceytuno
Las vacas a falta de verde con el que refrescarse el paladar, ramonean las ramas bajeras de las encinas, ahí la ven en la fotografía.
Juan Carlos Delgado Expósito
EL RAMONEO
La tarde se muestra como en los últimos días, con nubes, con chubascos intermitentes y con un ligero olor a otoño. Pero aún falta el verde del suelo, la hierba fresca, sólo hay pasto muy pisoteado ya por el ganado, en este caso se trata de las vacas retintas, las de mi amigo Obdulio Rodríguez Armijo, el dueño de la finca “El Rañal”, donde se encuentra la encina más grande de la provincia de Badajoz, ¿Recuerdan?. Es una finca como pocas, una dehesa de encinas bien cuidada, mimada, con auténticos cochinos de bellotas y de vacas retintas.
Las vacas a falta de verde con el que refrescarse el paladar, ramonean las ramas bajeras de las encinas, ahí la ven en la fotografía.
Ramonear según el diccionario de la RAE es: Pacer los animales las hojas y las puntas de los ramos de los árboles, ya sean cortadas antes o en pies tiernos de poca altura.
En este caso no hace falta que se las corte nadie, las retintas alcanzan a las puntas de los ramones de la encina, perfectamente. En algún punto incluso observo cómo meten la cabeza entre las alambradas y ramonean algunos pies pequeños de chaparrillas de encina. Y mira que las hojas de la encina son pinchudas, pero aún así le hincan el diente y la lengua.
Buscando en el Archivo Municipal de Fregenal de la Sierra encuentro información al respecto del ramoneo, en el Legajo 9 con fecha 8 de enero del año de 1843, y en el folio 14v. y 15 r., que dice lo siguiente: ( Lo trascribo tal y como aparece en el original.)
“En esta sesión se hizo presente la necesidad en que se hallan los ganados de estos vecinos por la escasez de yerba en los campos y que para que no perezcan es indispensable la corta de ramon de los montes de propios como unico medio de socorrer tan urgente y extrema necesidad…”
Al final se concedió el pertinente permiso, y de esto hace ya 166 años.
En la dehesa yo continúo con mi paseo de la tarde, un herrerillo capuchino (Parus cristatus) se alimenta inquieto y acrobático entre las ramas altas de la encina, entre bellotas verdes y sobre el fondo blanco y azul de las nubes y el cielo. Algunos arrendajos se oyen a lo lejos. Un papamoscas otea desde las bajeras de la encina.
A las siete y cuarenta minutos, el Cárabo (Strix aluco) emite su ulular, en las zonas de costumbre. Hace ya más de dos décadas que llevo observando y escuchando cárabos en este lugar.
Algunas señoras que pasean por la carretera levantan la voz más de lo deseado, un coche que pasa les da una pitada, las habrá conocido, digo yo.
Las tardes comienzan a refrescar un poco, el sol se esconde antes, cuatro palomas torcaces pasan con un ruidoso batir de alas y una retinta con un gran campanillo alborota la paz de la dehesa.
Juan Carlos Delgado Expósito.
Juan Carlos Delgado Expósito