AGALLAS

LA ESPERA

Cuanto más se acerca la primavera, más me pesa el invierno. No es que haga mucho frío, ni que sople uno de esos temporales que quiere llevarse a los eucaliptos a la luna, sino que no ha parado de llover ni un solo momento en dos días con sus noches enteras y eso, en Galicia, a pesar de lo que digan, es raro: ya no se distingue bien qué es prado y qué es río, los pájaros vuelan como si corrieran por el aire mojado, y sólo las gaviotas parecen aguantar bien en sus alas el peso de tanta agua. Los árboles, en cambio, se doblegan al agua. Desde aquí veo un roble cuyas ramas desnudas suben y bajan al compás de la lluvia, y todo el árbol asiente: sí, sí, sí, está lloviendo. En el extremo de las ramas le han salido al roble una especie de patatas o manzanas pequeñas de cuatro centímetros de diámetro, con cuatro centímetros de diámetro que, según el profesor Pujade, son agallas producidas por la avispa inductora de agallas del roble, a la que se le atribuye una acción protectora contra los herbívoros sobre el roble, es decir: existe una coevolución del roble y de esta avispa.

Sólo por pura curiosidad, he abierto en dos la agalla: está llena de un tejido parecido al corcho y, en el centro, me he encontrado a una avispa diminuta dormida, esperando a que llegue la primavera.

Mónica Fernández-Aceytuno

ABC, 11-3-2012

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