AMOR A LA NATURALEZA
Ayer, 29 de diciembre de 2017, se publicó mi cuarta Tercera en ABC.
Tras veinte años escribiendo para este periódico, ver una Tercera publicada, sobre un tema del que me apasiona escribir, no ya sólo sobre la Naturaleza y su descripción, sino mis reflexiones y pensamientos sobre ella, y en un lugar que respeto tanto como es la Tercera página, al haber escrito allí antes que yo tantas personas a las que leí y releí, os podréis imaginar que fue para mi, al verla publicada ayer, un gran regalo.
Además, José María Nieto, tuvo a bien ilustrarla con un dibujo de lo más artístico que le agradezco mucho porque teníamos ganas de coincidir en una Tercera, como al fin ha sucedido antes de acabar este año.
Aquí os la dejo por si quisierais aportar a lo escrito vuestro punto de vista, tan valioso para mí.
Feliz 2018.
Y un fuerte abrazo para todos,
Mónica
AMOR A LA NATURALEZA
Por Mónica Fernández-Aceytuno
Aunque lo sienta, no creo que sea capaz de acertar a describir qué es el amor a la Naturaleza.
Del amor humano, he leído algunos ensayos. Recuerdo el de Octavio Paz, y el de Stendhal, pero no sé si alguien habrá escrito del amor, no ya a los animales, sino a la Naturaleza, que son dos asuntos muy distintos. A veces se confunden. Y no me parece bueno que esto suceda.
Lo más recordado de San Francisco de Asís es su “hermano lobo” pero si nos quedáramos sólo en el lobo que acabó comiendo de la mano de los vecinos de Gubbio, nos estaríamos distrayendo de la auténtica dimensión del amor de San Francisco de Asís por la Naturaleza, expresado, poco antes de morir, en un “Cántico de las criaturas” inmensamente abarcador, al situar a la Naturaleza y al ser humano en una misma dimensión dependiente del “hermano Sol”, la “hermana Luna y las estrellas”, el “hermano Viento”, la “hermana Agua”, el “hermano Fuego”, la “hermana nuestra madre Tierra”, “nuestra hermana Muerte corporal”.
Un amor inmenso, en la lejanía.
Si San Francisco de Asís se hubiera quedado en el “hermano lobo”, eso ya no sería amor a la Naturaleza, sino amor a una especie en concreto.
Cuando amamos a un animal así, de cerca, dándole incluso de comer de la mano, ese amor es un amor muy grande pero es un amor limitado, no amor infinito a la Naturaleza, ya que la domesticidad despoja al animal de su propia Naturaleza para vestirlo con la nuestra, amándolo con un amor más cercano, cotidiano, finito, humano.
Algo sale volando del pájaro al que le echamos migas de pan.
Esta confusión de entender el amor a la Naturaleza como un amor a los animales, no desde la distancia sino desde la cercanía, ha comenzado a imponerse por la fuerza, más que por la razón. Se llega por este camino a creer que atendiendo a los animales, haciéndoles más felices, salvándoles de todas las dificultades de la vida salvaje, estaremos haciendo algo por la Naturaleza. Y así es como la destruimos. Este sí que es un amor que mata. Una pesadilla. La Flora convertida en jardín, la Fauna en zoo. El respeto a los animales salvajes empieza por dejarles vivir en paz. No alterando sus ecosistemas. Procurando una distancia con ellos para que la presión creciente de la Humanidad no aplaste su ser silvestre.
¿De dónde viene este mal entendido amor a la Naturaleza? Quizás de otra lejanía: la de la tierra. De no haber visto más animales que los domésticos. O los salvajes por televisión. Pero no en el misterio de su propio medio.
Ese amor desde la ciudad a la Naturaleza niega la muerte. La “hermana Muerte”. Un desapego que no tiene ya que ver con la Naturaleza, la cual está hecha de vida y de muerte, a partes iguales. Quedarse con la vida, es no amar a la Naturaleza, sino a su irrealidad, que es la Naturaleza no ya domesticada, ni siquiera humanizada, sino ciudadanizada, al querer convertir a la Naturaleza en un ciudadano que vive como si no hubiera, no ya un mañana, sino un más allá.
Sin el más allá, es difícil amar la Naturaleza.
Es inabarcable este amor. La cercanía lo destruye. Está hecho de lejanía. De un amor a distancia para no estropear lo que se ama. Es incluso un amor que ama lo desconocido. Ni siquiera es necesario que nos pertenezca esa Naturaleza que amamos, sino saber o intuir que existe. Esta es la diferencia. Tener o no tener. Y no apropiarnos de ella es el precio de este amor.
La vida es una y los sueños un millón.
También el amor a la Naturaleza es uno, y los amores un millón. Necesitamos soluciones que dejen vivos a todos porque el amor de todos hace falta y ninguno ama más que todos. No puede imponerse el amor. No se puede obligar a amar. La Naturaleza, hay que respetarla y por encima de todo respetar a las personas y su forma de amar la Naturaleza. Porque el que dice que ama más, a veces es el que mata, con tanto amor que se acerca demasiado a lo que ama y acaba por domesticarlo y estropear para siempre la obra de arte que era la intersección, misteriosa como la propia Naturaleza que había, frágil como un puente colgante, entre el animal y la persona.
En Ecología, hasta las soluciones tienen consecuencias.
Si amamos la Naturaleza solo podemos concebir ese amor como un todo. Y en ese todo, nosotros. Pero todos. No unos sí y otros no. Porque entonces ¿qué hacemos? ¿aplicamos el mismo criterio para las especies? ¿estas sí y estas no?
Conviene bajar la mirada y ponerse a pensar en cómo solucionar las cosas, sin finales felices ni triunfantes, pero verdaderos, porque no estarán hechos en base a la imposición sino al común amor a la Naturaleza, con cada una y todas las formas de amarla de cada uno, sea quien sea, aunque no sea de los nuestros.
Todo está ahí. Te das la vuelta, y ya no está; y a veces todo se da la vuelta y eres tú el que ha desaparecido del paisaje. Y paisaje y paisanaje siguen como la encina de Machado “con esa humildad que cede/ sólo a la ley de la vida,/ que es vivir como se puede./”
Seguir. Ese anhelo es tal vez lo que amamos. Esa fuerza que impele a las especies a continuar a pesar de todo, a seguir, a crecer, colonizar, dividirse, florecer, nacer, morir, expandirse, migrar, alimentarse, reproducirse, desaparecer, esconderse, exponerse, callar, soñar, cantar.
Escribir.
Por amor.
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Mónica Fernández-Aceytuno es bióloga
Me encanta, como siempre.
Feliz 2018
Muchas gracias Luis.
Feliz 2018,
Mónica