f. Proceso por el que algunas especies pierden sus costumbres…
arrendajo.
m. Garrulus glandarius. Córvido que casi no tienen negro en el plumaje, sino un canela muy claro, y un barreado en azul claro y oscuro que recuerda al espejuelo de los azulones. Su nombre científico proviene de su voz gárrula y también de la costumbre que tiene de hacer despensas con las bellotas y otros frutos como las castañas que guarda bajo tierra con tanta eficacia que si no vuelve a por ellas, por olvido o por falta de necesidad, la bellota y la castaña germinan de tal manera que se puede asegurar que el arrendajo es un gran sembrador de bosques silvestres.
Como los cuervos cuando roban los huevos del gallinero, trabajan de dos en dos los arrendajos. Un cuervo vigila y da la voz de alarma, y el otro cuervo se lleva el huevo en el pico. Después salen los dos volando, a comerlo juntos en otra parte. Pero no quiero hoy escribir de los que trabajan como los cuervos, sembrando el luto. Ni una palabra para ellos. Ni para los que siguieron jugando al tute, o haciendo como si nada, igual que cuando un cocodrilo se come a un pato y el resto de la bandada lo mira impasible, como si la cosa no fuera con ellos. Claro: son patos. No. No quiero escribir de cuervos, sino de arrendajos. De unas aves que vienen ahora a recolectar lo que guardaron. Suelen hacer bajo tierra unas despensas en las que acumulan las bellotas y las castañas que cayeron hace semanas, y vuelven cuando escasea el alimento con el frío. Lo más curioso es que siendo córvidos, casi no tienen negro en el plumaje, sino un canela muy claro, y un barreado en azul claro y oscuro que recuerda al espejuelo de los azulones. Y la voz. La voz de un arrendajo deja absorto oírla, porque está llena de tonos más propios de un cachorro que de un ave. Dicen que son grandes imitadores de todo lo que oyen, y de ahí tal vez su nombre común de arrendajo, pues arrendar también es arremedar, remedar, es decir: imitar. Linneo los llamó Garrulus glandarius (“charlatán bellotero”) y sueltan sus parrafadas estos días, mientras recolectan las bellotas, como si se hablaran entre ellos. Me gusta ver cómo trabajan ahora que ya no quedan frutos. Cómo tienen qué llevarse al pico porque guardaron, previeron, pensaron. Y son sólo arrendajos.
Mónica Fernández-Aceytuno
ABC, 5-12-2008
Aceytuno.com