Azorín

Catalina Luca de Tena nos ha traído un periódico para siempre, “El periódico del siglo”, un libro hecho con esos artículos de ABC que han conseguido atrapar el tiempo.

Cada artículo que se lee, resulta difícil quitárselo de la cabeza. No sólo te dejan estos artículos pensando en ellos un buen rato sino que, además, impiden que te embarques en la lectura del siguiente con la agilidad con la que se leen los capítulos de una novela, quizá porque están hechos de verdad, con la pura y sencilla verdad de los días.

De los que llevo leídos, uno de los que más me ha impresionado es el de Azorín, precisamente por el poco empeño que pone en impresionarnos. Una tarde de verano, una casa, un jardín, un huerto con vistas, la noche que llega sobre el mar. Eso es todo; qué curioso. No es Azorín, con su escritura, el que se viene a mi tiempo y yo lo encuentro y lo miro desde este siglo: ah, qué bien, está Azorín, a ver qué escribió en ABC ese día. No, no es así el proceso. Soy yo, de pronto, la que estoy en 1905, y en San Quintín, mirando el atardecer santanderino. Todo ese delicioso no hacer nada del verano está ahí, yo estoy ahí, mientras lo leo. Y no encuentro más explicación a este prodigio de la palabra, a que el autor, cuando lo escribió, lo vivió de forma tan intensa que se dejó allí una parte de su tiempo y de su vida. Pero, ojo, se dejó el tiempo, se dejó la vida, no en lo que vivió, sino en cómo lo escribió para el periódico, desde Santander para el ABC del 16 de agosto de 1905.

Muchas veces me he preguntado qué tiene aún hoy el ABC para que el mismo texto parezca en este diario mejor escrito, y he llegado a la conclusión de que es el marco que han tallado a lo largo de cien años todos los que han pasado por sus páginas. Yo estaba perdida hasta que me vi en este marco. Empecé a escribir de verdad, cuando el ABC me dio cobijo, y ya hay que tener valor para abrirme a mí la puerta, y dejar que eche a volar pájaros en mitad de las noticias. Entre esas personas valerosas, está Catalina Luca de Tena, a quien yo siempre le estaré agradecida.

Ahora, no se me va su libro de la cabeza. Cien firmas, cien años, “El periódico del siglo”. La solapa de Ussía, la dedicatoria a su padre, el prólogo, el editorial fundacional, las ilustraciones, Mingote, siempre ABC y Mingote, y ese artículo donde Azorín atrapa el tiempo un anochecer de agosto de 1905: “Brilla en lo alto una estrella; un balandro con una blanca vela triangular cruza casi imperceptible sobre el mar blanco. Comienzan a destacar en la negrura las lucecitas de los barcos. Hay un reposo, un recogimiento, una religiosidad profundos en el aire. Todos callamos. Y la sirena de un vapor, que marcha hacia la inmensidad, retumba con un largo plañido”.

Mónica Fernández-Aceytuno

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