Mónica Fernández-Aceytuno / FOTO: Miguel Muñiz

Mónica Fernández-Aceytuno / FOTO: Miguel Muñiz

Mónica Fernández-Aceytuno nace el 4 de mayo de 1961 en Villa Cisneros (Sáhara Español).

Licenciada en Ciencias Biológicas por la Universidad Complutense de Madrid se dedica desde 1991 a la divulgación de la Naturaleza en la prensa por lo que obtiene en el año 2003 el Premio Nacional de Medio Ambiente “Félix Rodríguez de la Fuente de Conservación de la Naturaleza” por su labor de difusión, y en el año 2007 el Premio Literario Jaime de Foxá.

El dos de octubre de 2008, se le entrega la Medalla de Honor del Colegio de Ingenieros de Montes al Mérito Profesional por su actividad en la prensa y en Internet.

Es columnista de ABC desde 1997 y de republica.com de las ideas desde 2010.

En 2007 funda el portal de la Naturaleza www.aceytuno.com, del cual es editora y donde, con el patrocinio de la Fundación AQUAE, elabora el diccionario Aceytuno de la Naturaleza.

En la primavera de 2015 y gracias al apoyo de la Fundación AQUAE inicia su tarea de cronista de la Naturaleza para los informativos de televisión con una serie de microdocumentales llamados Clips Natura para el Canal 24 horas de TVE. En la actualidad, los Clips Natura duran 1 minuto y se difunden también en El Confidencial, EFE VERDE y en AQUAE TV.

El Festival Internacional de Cine Medioambiental de Canarias (FICMEC) le concedió el premio Brote Comunicación 2016 “por sus composiciones poéticas tanto literarias como audiovisuales, a la hora de transmitirnos las sensaciones que desprende el paisaje natural bajo su contemplación”.

Casa de Mónica Fernández-Aceytuno en la Naturaleza

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Cubierta

Cubierta de “El país de los pájaros que duermen en el aire” / Enero 2018 / Editorial Espasa

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el-viento-en-las-hamacas

Mónica Fernández-Aceytuno.
Ediciones Luca de Tena.
Año 2004.

CRÍTICAS

Un espacio encantado

Por Valentín García Yebra (de la Real Academia Española)

Este bello y delicado libro de Mónica Fernández-Aceytuno, que también yo, desde hace años, deseaba que se publicase (no digo que se escribiese, pues Mónica lo escribía según se iban produciendo las sensaciones que en él refleja), es un libro totalmente femenino; es decir, rebosante de gracia y de ternura. Han colaborado en él directamente, además de Mónica con su escritura, Amparo Duñaiturria con el delicado realismo de sus ilustraciones, y Catalina Luca de Tena a su cuidado, casi mimo, de la edición de la obra.

Todo el libro es como un espacio encantado, en el que se muestran al lector, en sucesión bellamente aleatoria, pájaros, luces, flores, árboles, mar, noche, mariposas, el río, el campo, la calle, la lluvia, el viento, y los recuerdos familiares de la autora.

Si yo pretendiera decir todo lo que me encanta de este libro, tendría que repetir ante ustedes íntegramente su lectura. Lo cual no sería posible. Daré sólo algún indicio.

Comenzaré leyéndoles, como aperitivo, unas líneas en que se explica el nombre de una ave muy conocida, la lavandera, técnicamente descrita así por el diccionario de la Academia: “Ave paseriforme, de figura grácil y cola larga que mueve continuamente. El plumaje es gris y negro, combinado con blanco o amarillo, según las especies”.

Es una descripción objetiva e inobjetable. Pero escuchen ahora la que le dedica Mónica, en la página 26 de su libro: “Por andar poniendo una pata tras otra por la orilla del río, en vez de andar como anda un gorrión por la acera, a saltos, con las dos patas juntas como en una carrera de sacos; por ese caminar se llama lavandera o andarríos o señorita, a un pequeño pájaro gris y blanco, blanco y negro, de cola larga y de andar de mujer que baja al río a lavar la ropa”.

¿Y qué decir de la profundidad y finura psicológica de las líneas que dedica la autora, unas páginas después, a los días de otoño con sol en Galicia? Escuchen de nuevo: “En los soleados otoños gallegos se vive como si no se viviera, disimulando, callando, aguantando la respiración, la exclamación ante el paisaje como si no estuviera ahí el paisaje, como si el día no sucediera, como si no hubiera traído estas bellísimas luces, mientras hacemos que no las vemos para no tener que llorar si el sol vuelve a marcharse (…) Es una luz hecha para vivir con las mujeres y los hombres de Galicia, una luz que no se encuentra en ningún otro lugar del mundo, y que compensa por todos los días oscuros, por todos los vendavales, por todas las lluvias.// Por esta luz sobre la tierra es por la que lloran los gallegos cuando están lejos”.

Yo no sé si Mónica (supongo que sí) escribe poemas en verso. Pero los versos se le escapan a veces, sin que ella lo advierta, sobre todo al comienzo o al fin de muchos relatos. He aquí una decena de endecasílabos perfectos, que, sin que yo los buscara, me han salido al paso, me han saltado a la vista, al leer el libro: “un no vivir por conservar la vida” (pág. 27); “de la luz que ha dejado en el camino” (pág. 41); “¿dónde te esconderás hoy, luz del día?”; “los arbustos que ya hayan florecido” (pág. 61); “El sol trae semillas volanderas” (pág.78); “los islotes que hay fuera de puntas” (pág.91); “Cuentan los pescadores que los congrios” (pág.92); “como un regalo envuelto en celofanes” (pág.108); “Ayer volvió a soplar el viento suave” (pág.109); “Al cantar con el río todo el año” (pág.119)

VERSOS DE MUY ADENTRO

Podría seguir espigando versos, sin duda inadvertidos por su autora; versos que le han salido desde muy adentro, sin que ella se diera cuenta. Prefiero leerles un relato breve, un verdadero poema en prosa, de sólo doce líneas, iluminadas por la más amplia y amable sinestesia. Está en la página 45 del libro. “Ola de luz” es su título. Y dice así: “Yo no percibo estos días que crecen en /luz como un tiempo que se pueda contar/ con números, minutos, segundos, sino como/ un olor indefinido que llega desde las / ramas o como un sonido lejano, parecido al / que hacen las olas del mar al detenerse /para que veamos su cresta, justo antes de / reventar en flores, en cantos, en hojas; es / una luz que huele, es una luz que suena. / Es la luz que tienen los niños que salen y / entran de día en casa, una ola invisible que / ha roto en parejas las bandadas de pájaros”.

Uno de los pilares de la poesía, en verso o en prosa, son las comparaciones, que iluminan el término real con la luz que sobre él proyecta el término evocado. He aquí, para no alargarme, sólo dos ejemplos. En el relato titulado “La huerta” (páginas 161-162), aparecen (cito) “unos culantrillos que vivían entre las dos paredes del manantial, como poemas escritos entre paréntesis”. Y poco después, en la página 166, las “toperas” o “topineras”, que no son, o no son sólo, como dicen algunos diccionarios, las madrigueras de los topos, sino también, aún principalmente, los montoncitos de tierra removida que estos animalillos hacen en huertos y praderas, o, como dice Mónica, “esos terrones de tierra fresca, desmenuzada, que parecen sobre la hierba los puntos suspensivos de una frase”.

No puedo seguir este camino, que nos llevaría muy lejos y demasiado tiempo. Pero tampoco quiero terminar sin poner de relieve la riqueza del vocabulario de esta escritora cuya ingenuidad lingüística es sólo aparente, pues conoce y usa y saborea palabras ignoradas a veces incluso por muchos diccionarios, como “autotomizarse”, “azulinas”, “brinzal”, “detienebueyes”, “entrepanes”, “escapo floral”, “ícaro” (no el personaje mitológico), “licénido”, “linífido”, “milenrama”, “nébeda”, “nóctulo”, “paíño”, “periostraco”, “senecio”, “testa”, “zorrezno”.

SENSIBILIDAD Y ERUDICIÓN

Por lo demás, la sensibilidad y erudición lingüística de nuestra autora se manifiesta no solo cuando, por ejemplo, nos dice (en la página 88) que, según qué puerto, recibe el mismo pez distintos nombres: “lisa o mújol entre otros y, bajo el mismo nombre, viven varias especies. Una de las más corrientes en los puertos mediterráneos es Mugil cephalus : el gorrión del agua”. Se manifiesta también cuando en la página 144, explica con pleno acierto la etimología de “mochuelo” que, según el diccionario de la Academia, es “de origen incierto”. El mochuelo, Athene noctua , dice nuestra autora “es un búho tan pequeño como la palma de una mano, y no tiene esas orejas de plumas que suelen tener los búhos, por lo que la cabeza es toda redondeada como el árbol podado sin compasión, desmochado, y de ahí el nombre de mochuelo”.

“Mochuelo”, de origen incierto según el diccionario académico, es diminutivo de “mocho”, adjetivo aplicado sobre todo a los animales que, siendo de especie cornígera, carecen de cuernos. Hace ochenta años, cuando yo era niño, había en mi pueblo una cabra roja, sin cuernos, que, cada vez que paría, daba tres cabritos. Y todos decían cuando hablaban de ella, “la cabra mocha del señor Bernardo”.

ULTÍLOGO

Esta palabra, poco frecuente, la define el diccionario de la Academia como “discurso puesto en un libro después de terminar la obra”. Yo la usé como título del prólogo de la tercera edición bilingüe, que será la última, de mi traducción en verso de la Medea de Séneca.

Mónica ha puesto esa palabra al frente del último texto de su libro, donde recomienda el amor a la Naturaleza, a la que vemos “desde el lugar que nos ha tocado en suerte”, y a la que no vemos ni veremos jamás, “que existió y que ya no existe, que existirá cuando no existamos. Amarla por siempre y para siempre, en la imaginación, donde nada muere”.-V.G.Y.

(Suplemento Blanco y Negro Cultural, 12-6-2004)