La primera vez que mis ojos leyeron la palabra misántropo,…
Chéjov
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Mi amor por Chéjov es un amor a primera y última línea.
Se nota en cada frase todo lo que ha escrito, y todo lo que ha tachado. Es condensación pura de la escritura, las gotas de agua del vaho.
A pesar de que le pagaban a ocho kópeks la línea, Chéjov se empeña en su estilo: “La brevedad es hermana del talento”, “el arte de escribir es el arte de acortar”. Y escribe de sí mismo: “Sé hablar con pocas frases de cosas largas”.
Por eso dije que no me perdería “El jardín de los cerezos”, que pusieron en Estudio 1, ¿el sábado pasado?
Me acababa de nombrar esta obra Juan Ignacio García Garzón, crítico de teatro de esta Casa. Creo que en Madrid están representando “La gaviota”, una historia de amores perdidos y reencontrados, en la que se llora con esa tristeza rusa que corre con el viento por las estepas. Tengo que verla. Por cierto, Juan Ignacio, el relato de Chéjov del que te hablé se titula: “La sala número seis”.
No pude salirme con la mía. Tenía una cena en casa con unos amigos, y como sabían de mi interés por la obra, cenamos fuera, con la ventana abierta, para que se viera el resplandor de la televisión, y saliera al campo su sonido. Se me iban los ojos y los oídos. Veía de lejos al que parecía un sirviente muy mayor: “¿Qué va a hacer usted cuando cerremos la casa, dónde irá?”, le preguntaba una señora cuya voz se mezclaba con el canto de los grillos. “Yo, señora, iré donde usted me diga”.
El calor de la noche se hizo tan insoportable que bajamos a bañarnos a la alberca, rodeada de agapantos florecidos, oscura como la luna nueva, por lo que tuvimos que iluminar con velas flotantes el agua, y en el fondo verdoso se veía un halo igual que el que rodea a la luna en las noches de niebla. Entre el agua, las velas, las flores, las estrellas y el calor de la noche, se diría que estábamos en Bali.
Regresamos a la realidad con un caldo gallego. La obra estaba acabando. En el salón cerrado y de muebles cubiertos con trapos blancos, el sirviente estaba sentado en una mecedora. Se moría. Desde el jardín, llegaba el ruido seco de las hachas cortando los cerezos. Lloré como si hubiera visto la obra entera.
Mónica Fernández-Aceytuno
ABC, 22-7-2006