GUARDIÁN DEL CENTENO

EL GUARDIÁN DEL CENTENO

Por efecto de la perspectiva, parece que el campo de centeno es mío.

Se ve desde lo alto del monte, el campo amarillo entre los maizales y los castaños, pero no se ve el camino que lo separa de mi casa, por lo que se diría que me pertenece, como todo lo que miro, ¿cómo no me va a pertenecer si está su imagen en mis ojos?

Su imagen desde el principio, desde que lo siembran hasta que lo siegan. Lo he visto moverse con el viento, todas las espigas en la misma dirección, o inclinarse con la lluvia, cada espiga de una manera distinta, como si el viento las uniera y la lluvia las volviera independientes, o las dotara de una dignidad diferente en el momento de agachar la cabeza ante el mismo peso, de la misma agua, caída del mismo cielo.

Y he visto pasar el centeno por todos los colores, desde el verde más tierno a este amarillo que tiene ahora, un poco pálido de tanto sol, y un poco ennegrecido por la humedad de los últimos días, aunque hoy hace un día tan azul y tan claro de verano que da gusto ver el centenal entre los maizales y mi casa blanca. Ojalá fuera mío. Pero es de un señor al que para mis adentros llamo “el guardián entre el centeno”, porque viene todos los días, muy despacio, con un gorro azul que da sombra a la cabeza y a parte de su cara consumida por los años. Suele llevar un jersey y unas gafas de sol muy oscuras, como para defender los ojos de la claridad de su campo, pues solo lo mira, lo vigila, lo ve crecer, hace suya la tierra que ya es suya.

A veces tengo miedo, al despertarme, o al dar la curva desde la que se ve el campo de centeno, de que haya venido la trilladora y haya dejado mi campo como la cabeza de un militar, cortada al ras, de pelo encanecido.

Ayer me dijo el guardián que ya estaban avisados, que cualquier día de estos vendría la trilladora. Y al irse se colocó el jersey y todo él destilaba señorío y orgullo, mezclados como el mitadenco con su felicidad, porque en medio de este mar verdoso de maizales y castaños, sólo él tiene, de verdad, un campo de centeno.

Iba de espaldas, pero sé que sonreía.

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