19:34h. Un apreciado lector informa sobre el paso de cigüeñas por el cielo de Madrid durante la jornada del sábado, y de cómo estaban los hayedos que observó ayer domingo en el Moncayo.
En primer lugar hay que apilar la madera como ven en la fotografía en una primera capa, posteriormente la segunda capa está compuesta de pasto o paja seca, para terminar cubriéndolo todo con tierra.
Crónica de J.C.Delgado Expósito
Por la mañana es fácil ver a los carboneros regresar a casa, con sus caras, con sus manos, con su alma negra.
Crónica de J.C.Delgado Expósito
EL BOLICHE
Hoy la mañana está algo fría, los cirroestratos dibujan figuras diversas en el cielo azul y en el aire se respira el olor de los hornos de carbón o boliches como también se les llama popularmente; me encuentro en la población de Zahinos, en la Baja Extremadura, a la salida de la población a unos tres kilómetros ya se observan las columnas de humo de los diversos hornos, algunos grandes, industriales otros los menos, son los que mencionamos aquí boliches.
Es tierra de encinas y de alcornoques y por lo tanto de leña, se utiliza la que genera la poda de estas quercíneas, siempre dentro de un orden, o casi siempre, pues de todo hay en la viña del Señor.
La construcción del boliche u horno es una verdadera obra de arte, un arte aprendido de generación en generación. En primer lugar hay que apilar la madera como ven en la fotografía en una primera capa, posteriormente la segunda capa está compuesta de pasto o paja seca, para terminar cubriéndolo todo con tierra, hay que dejar unos respiraderos o chimeneas para que el humo salga al exterior. Después de unos veintitantos días, como me informa un carbonero, la tierra se retira y ahí está el carbón, el mismo que se consume en otras regiones españolas para encender barbacoas.
Pero este es un oficio duro, un oficio que te llega dentro, tan dentro que el humo y el polvo negro del carbón se te incrusta en los pulmones, además se añade el trabajo físico, al sol y aguantando altas temperaturas, las del horno y las del sol implacable. Durante la noche hay que estar muchas horas controlando para que el horno no sufra ningún desperfecto. Por la mañana es fácil ver a los carboneros regresar a casa, con sus caras, con sus manos, con su alma negra.
Cuando saboreen alguna chuleta u otra vianda a la brasa, recuerden el trabajo que existe detrás de todo ese disfrute.
En el cielo se observa un aguililla calzada, de plumaje muy limpio y más adelante ya en terreno desarbolado un pastor da buena cuenta de un bocadillo al borde de la carretera, mientras un rebaño de ovejas hace lo propio con los pastos.
Un perro mastín se acerca peligrosamente al paso de mi coche, en una charca ya casi agotada una cigüeña blanca rebusca algo de comer. El arroyo o río llamado Cofrentes se muestra totalmente seco, enseñando un lecho pedregoso; bajo el puente algunos nidos casi derrumbados de golondrina dáurica ponen esa nota de la arquitectura animal en contacto con la arquitectura humana.
Por el espejo retrovisor de mi coche observo casi difuminadas ya las columnas de humo de los hornos que ascienden casi rectas, en esta tranquila y fresca mañana zahinera.
J. Carlos Delgado Expósito
Crónica de J.C.Delgado Expósito