Se acerca con un pequeño tractor rojo y un remolque metálico del que cuelga un cubo azul.
Mónica Fernández-Aceytuno
Mónica Fernández-Aceytuno
Quiero comentar algunos aspectos de esta ave de compañía que se adaptó a
vivir cerca del hombre en cualquier lugar de la tierra. Descarto a las razas
seleccionadas preferentemente a producir carne y huevos con fines
industriales.
La Gallina, a la que quiero referirme, es la Gallina corriente de corral.
Ese animal tranquilo que picotea cualquier cosa y que va canturreando y
paseando con parsimonia con sus compañeras cada mañana en campo abierto o en
grandes corrales, que existen en las casas agrícolas de los campos de
España.
Creo que esta criatura nunca se enfada, va de aquí para allá cacareando
bajito para no molestar, no le preocupa casi nada, ni siquiera tiene celos
cuando el galán del corral le tira los tejos a alguna compañera.
Diría que es bonachona y pánfila pero tiene un momento en el día en que se
le ve feliz y eleva el tono de su canto anunciando que ha sido madre, todo
lo hace por ese incipiente proyecto de crear una nueva vida. Curiosamente
las demás compañeras de corral y ni siquiera el galán, le dan la
enhorabuena, creo que todas están hartas de hacerse el “rendez vous” a
diario y ya lo encuentran como cansino y majadero. ¡Digo yo!
Desde hace tiempo los propios campesinos aumentaban el número de estas aves
en sus gallineros por sistemas tradicionales, aprovechando los momentos en
que algún ave se ponía llueca. Entonces la costumbre era elegir
preferentemente Gallinas pequeñas y muy listas llamadas “Americanas”, que
eran más eficaces para empollar todos los huevos con especial dedicación y
celo, con el fin de que saliesen y eclosionaran todos los huevos el mismo
día. Durante este proceso, en el gallinero no se le echaba de menos ni
siquiera el galán que se pasaba todo el tiempo haciendo el “zorrocloco”(1),
pues la futura madre se aislaba unos treinta días en su retiro,
Cuando salían los pollitos del cascarón su pequeña mamá los enseñaba a comer
y a ser educados, regañando a aquel que intentaba arrebatar un grano de
trigo a su hermano. De vez en cuando si quería transmitirles algo importante
a los pequeños los reunía alrededor del pico, como hacen algunos deportistas
al tomar decisiones tácticas, en circulo, hombro con hombro, dándole sus
indicaciones. Si algún pollito por haber nacido el último estaba adelgazando
o era más melindroso en la comida, la granjera lo espabilaba poniéndole un
tamaño, la pobre madre tenía sus momentos de depresión, pues veía que cada
día los hijos le superaban en todo. Decía -“pero ¿cómo tengo estos hijos tan
grandes?”- mientras pensaba que quizá sería cosa del padre, aquel Gallo
alto, rubio, con una cresta roja y turjente, que un día le dijo al oído -”
te quiero mucho, pequeña”- .
Pasado el tiempo la Gallina de nuestra historia, le contaba a una amiga que
había tenido un sueño; -“De pronto ví venir un Gallo negro, alto y ruidoso
que por poco me pilla y aplasta, pero me desperté y ví que era una enome
apisonadora de alquitrán de las carreteras”-. La amiga le contestó que su
sueño no era una apisonadora, sino que se estaba acordando de aquel novio
alto y rubio con una cresta turgente que un día ya lejano le dijo cosas
bonitas al oído y le declaró su amor eterno.
No quiero dejar olvidada la Gallina mártir entre rejas en un espacio tan
reducido, sin poderse revolver, sólo con luz artificial constante, una
gotita de agua dosificada y una comida prefabricada sin variación de otros
sabores. Aún es más doloroso cuando observa sus frutos, sus puestas de cada
día rodando por una cinta, como una cadena de montaje de fábrica de coches,
alejándose de ella sin saber su destino.
Termino esta historia recordando a una campesina que cuando alimentaba a las
Gallinas decía- “pitas, pitas”- e inmediatamente acudían a su alrededor con
esa bondad natural y mirada tierna, con sus crestas dobladas a la izquierda
como si fuesen boinas de modelos de pasarela. Todas ellas sabían que en el
cocón del delantal de su ama, había un revuelto de trigo y panizo como
almuerzo delicioso porque tocaba “extra” por ser domingo.
Pobres Gallinas de corral que a pesar de su bondad, casi nos dejan
indiferentes, aguantando parodias, chistes y cancioncillas. Sin embargo
todas las mañanas nos esperan juntitas para dedicarnos una mirada cariñosa y
canturreando muy suavemente, parecen un coro polifónico que quiere
ofrecernos una canción imitando a las que concursan en aquellos veranos de
nuestro Levante. Por mi parte “chapeau” para ellas y para todo lo que nos
dan. ¡Qué maravilla!.
(1) Zorrocloco: en ciertas tribus selváticas cuando la mujer va a dar a luz,
los indígenas atienden al padre con regalos y atenciones al tiempo que éste
se retuerce de dolor, y a la mujer ni caso.
Atentamente,
Jerónimo
vivir cerca del hombre en cualquier lugar de la tierra.