El viernes pasado fotografié a una ninfa que, no sé cómo, apareció en el pantalón de mi amigo José Ignacio.
Por fin ha llovido y desde aquí veo moverse las ramas del ciruelo japonés, así que tiene que hacer bastante viento ahí fuera. Hoy les recomiendo BARRACUDAS y DELFINES, pinchando en ACTUALIDAD.
Casi no ha hecho viento ni ha llovido este otoño que ya termina. Ha sido un otoño muy pobre, donde la hierba sembrada no ha crecido y el ganado ha estado alimentándose con pienso antes de que llegara el invierno, cuando el otoño suele ser por aquí una segunda primavera, en la que florecen otras vez las rosas y la hierba crece y verdea como en una primavera más adulta.
Esto ha hecho que el alimento disponible en el campo para los pájaros, unido al frío de estos días, haya sido tan escaso que me temo que muchos han perdido la vida. Y el caso es que no se ven pájaros muertos, y esto siempre me ha llevado a la idea de que los pájaros, cuando mueren, van al cielo. Supongo que irán a morir escondidos entre las zarzas donde solo entran ellos, pero no se ven los pájaros sin vida por el campo, a no ser que algún animal les haya dado caza y encontremos sus restos desplumados.
A veces se las ingenian mejor de lo que creemos, como un mirlo que ha descubierto un frutero que puse en una mesa debajo de la parra para adornar la fiesta que dimos hace un mes y, tras la dura tornaboda en la que todo se guarda de nuevo, me olvidé de quitar el frutero de ahí fuera.
Es de hierro y tiene tres pisos. Lo adorné con una rama de hiedra y varios limones y manzanas rojas muy pequeñas. Un mirlo viene cada día y va subiendo y bajando de piso para picotear las manzanas donde deja la huella del pico. A este mirlo, una fiesta, le ha salvado la vida.
Hasta mañana,
Mónica Fernández-Aceytuno
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