Como un sueño fue llegar a la isla de May, la llegada a la cala donde desembarcaríamos. Frailecillos por todos lados, unos posados en las rocas, o en las praderas, descansando.
Rafa Torralba
Rafa Torralba
Y escribió el lector hace semanas (de nuevo perdón por el retraso en la publicación de esta preciosa carta):
“Hace unos días llegaba a la hora del almuerzo a mi casa, yo vivo en el casco urbano de Sevilla, en una pequeña urbanización de ocho torres de cinco plantas cada una que componen un rectángulo con un jardín entre ellas, me sorprendió mucho ver sobrevolando sobre los bloques de pisos dos aves de gran tamaño, algunas veces se han visto por la ciudad rapaces, pero no tan grandes, quizás milanos o algo así, la verdad no soy un experto y no distingo que tipo de aves pueden ser, si identifico a las cigüeñas que, por cierto, ya casi ni se van en todo el año, los vencejos, a los que todo el mundo confunde con las golondrinas, más famosas y con mejor prensa, las palomas, cada vez más numerosas por todos los barrios de la ciudad, y los más abundantes, esa especie de gorriones que aquí llaman verderones y que están por todas partes picoteando migas de pan y restos de maiz de los paquetitos de los niños, en los jardines de mi casa también he visto esos pajarillos que en vez de andar a saltitos caminan, algo más grandes que los gorriones y más estilizados, y, de vez en cuando, algún mirlo con su reluciente pico anaranjado que destaca sobre ese fondo tan negro. Pero las aves que ví ese día parecian aguilas de gran tamaño, tanto me llamaron la atención que cuando aparqué el coche subí corriendo a la azotea para verlas mejor, pero ya habían desaparecido, lastima. Quizás se acercaron por la ciudadpara buscar comida fácil, fueron una bocanada de naturaleza sobre mi casa.
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