A pesar de todo el cuidado que se ponga, un repentino e inesperado cambio en la dirección del viento puede tostar los olivos.

Joaquín

A pesar de todo el cuidado que se ponga, un repentino e inesperado cambio en la dirección del viento puede tostar los olivos.

Joaquín

Querida Mónica:

Llegó la hora de destruir el ramón de poda de los olivos. En los olivares de sierra, como el de la foto adjunta, no es fácil mecanizar la labor con una trituradora y se sigue destruyendo, como antiguamente, mediante el fuego, un método que desde el punto de vista medioambiental deja mucho que desear, a parte de que es una labor cara y que exige que el operario conozca bien cuándo y dónde puede quemar para no dañar los olivos próximos a la candela. A pesar de todo el cuidado que se ponga, un repentino e inesperado cambio en la dirección del viento puede tostar los olivos que en estos días se están poniendo muy tiernos anunciando ya su próxima floración.

Sin embargo la quema del ramón es un lujo para la vista -nadie se cansa de contemplar las llamas de una hoguera-, para el oído, con el crepitar de la madera, y sobre todo para el olfato. García Barbeito, tu compañero de “ABC”, escribía ayer en su columna diaria: “Había olido el humo denso y blanco del ramón quemándose en los olivares, ese humo lentísimo y apretado, nube baja y regorda que puebla los olivos, o, si no sopla el viento, se levanta como una columna que parece sostener el cielo…”

Un abrazo. Joaquín

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