Así de tranquilo fue el atardecer ayer mientras llegaba al otro lado del océano, el huracán Irene.

Mónica Fernández-Aceytuno

Así de tranquilo fue el atardecer ayer mientras llegaba al otro lado del océano, el huracán Irene.

Mónica Fernández-Aceytuno

Así de tranquilo fue el atardecer ayer mientras llegaba al otro lado del océano, el huracán Irene.

Es este uno de esos huracanes que pueden provocar lluvias de peces de más de diez centímetros. Y así lo escribí a propósito de los vendavales que, salvando las distancias, también traen vientos por aquí de más de cien kilómetros por hora, ya que, en ocasiones, se trata de verdaderos ciclones.

Es como si el océano, a uno y otro lado, quisiera conquistar la tierra.

Gracias por participar en este lugar de la Naturaleza,

Mónica

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EL VENDAVAL

Por mucho que lo trabaje, el jardín sólo está bonito si él quiere, como si sonriera o no sonriera, y tras el vendaval se le ha quedado un aire pasmado, igual que el de esos barcos que se han soltado del muerto y han aparecido varados en la playa.

Me pregunto qué habrán hecho los mújoles que horas antes se veían, grisáceos, bajo los cascos de las embarcaciones. Se diría que presentían en el agua que iba a pasar algo en el aire. También los pájaros desaparecen del paisaje cuando se acerca un vendaval y yo creo que notan su cercanía en el cañón de las plumas.

Está el Atlántico ahora mismo lleno de huracanes que se van formando, uno tras otro, y a su paso van haciendo esconderse a los hombres a los peces y a los pájaros. Con los huracanes, hay lluvias de peces de hasta diez centímetros de tamaño. Vuelan con el huracán y llegan con vida a otros ambientes. En ocasiones quedan incluidos los peces en piedras de granizo, como los insectos en el ámbar.

Lo de aquí de hace unos días no fue casi nada, y ya está volviendo a salir el sol y el jardín a presentar su mejor cara, pero las señales del vendaval, una vez que se ha ido, se han quedado: hojas de robles americanos que se caen como si la capa de abscisión estuviera lista ya para el otoño, aunque no sus colores, y aún verdes se caen las hojas limpiamente, sin ramas. También los pinos han tirado las acículas, y desde los castaños han caído los primeros erizos verdes.

Si se abren, se ve que tienen tres castañas dentro. Pero hay que dejar que sea la mano del viento, del azar o del tiempo, que a lo mejor son la misma cosa, o por lo menos primos lejanos, la que los abra.

Mónica Fernández-Aceytuno

ABC, Lunes 8-9-2008

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