A los vencejos y a mí nos encantó ayer el atardecer.
Mónica Fernández-Aceytuno
Mónica Fernández-Aceytuno
Los alrededores de San Millán, este invierno, son distintos a todos los pasados. La nieve en las montañas,aparece y desaparece como por ensalmo.
El sol,al calentar el suelo húmedo, hace brotar el musgo,rabiosamente verde, entre las chinas grises de los arcenes.
<br>Los chopos del río, tienden sus ramas desnudas, como brazos pidiendo auxilio; los viejos olmos disfrazados de verde,con la hiedra que gatea hacia el cielo, parecen fantasmas.
El nogueral de Pablo,asentado sobre un suelo alfombrado de hojas, está cubierto de líquenes amarillos como si fueran oro viejo. La madreselva llena de grumos algodonosos,espera ser el mullido colchon de algun nido.
Hay en el suelo bellotas, que han dejado caer las encinas y los robles; también, rojos calambruchos que contrastan con el color de las caléndulas; brotes de hinojo,de tomillo y de cantueso ,que luego ramonearan las cabras.
No hay espejo en el río, y el rumor del agua ,acaricia la tarde soleada. Se oye el gorjeo de pájaros, y en la ladera de Peña la Cruz, en frente,los cencerros de un rebaño de ovejas se unen a los lejanos de la vacada de Elías.
María Luisa
María Luisa