Las lluvias caídas en este otoño han permitido que los suelos de pastizales, bosques y dehesas se revistieran de verde clorofila.
Isabel
Isabel
El otro día iba dando mi paseo habitual cuando me quedé de pronto asombrado por el colorido de las flores de unas plantas a las que no había echado cuenta anteriormente, y eso que el sitio donde estaban plantadas es una de las calles y esquinas más concurridas de mi ciudad. Claro que la razón puede ser tan simple como que antes había pasado cientos de veces por su lado pero no era la época primaveral en la que nos encontramos, y por tanto, unas cuantas ramas retorcidas no llaman la atención, pero ahora con esos racimos de flores de un azul oscuro muy atractivo, contrastando con el amarillo de las anteras, hacían de esas plantas algo totalmente extraordinario. Tomé algunas fotografías de las flores y la planta, una de las cuales compaña esta crónica, y de vuelta a casa empecé a buscar el nombre de dicha planta.
Las plantas de esas flores con ese tono azul tan bonito resulta que se llaman Wigandia urens, pero lo que me llamó más aún la atención fueron las autoridades botánicas que suelen acompañar al nombre de la especie en latín. En este caso eran dos nombres que enseguida me sonaron: Ruiz & Pavón.
Dichos nombres me llevaron en un vuelo de la memoria a varios años atrás, cuando intentaba, sin mucho éxito la verdad, recabar información y hacer un estudio histórico-botánico de las expediciones de españoles a América del Sur. Porque en América del Sur hemos dejado los científicos españoles muchos esfuerzos durante siglos, tanto en forma de trabajo intelectual como expedicionario, pisando tierras ignotas sin más bagaje que la determinación de herborizar cuantas más plantas mejor, dándolas a conocer mediante la publicación de sus nombres y descripciones (en muchos casos acompañadas por dibujos de las plantas), así como de aprovechar los posibles beneficios medicinales que pudieran tener. A algunos, esos esfuerzos les costaron la vida.
De ahí salió la quinina, que ha sido el único remedio hasta hace poco para las fiebres de la malaria.
Era el S. XVIII, el siglo de Las Luces, de los avances científicos racionalistas, y en España, en lugar de despertar ambiciones de oro y plata, las tierras americanas fueron la meta de varias expediciones botánicas que se hicieron para aumentar el número de remedios farmacéuticos conocidos hasta entonces, aprovechando una flora virgen e inexplorada.
En 1777 se organiza una expedición botánica a los territorios del Virreinato del Perú, que comprendía el actual Chile y Perú, bajo el liderazgo de Hipólito Ruiz López, que, sin haber finalizado sus estudios de farmacia, fue nombrado director de la Expedición. Junto a él iría como segundo botánico, el médico francés Joseph Dombey. También José Antonio Pavón y Jiménez, farmacéutico, fue nombrado botánico de la expedición a Perú y Chile, trabajando estrechamente con Hipólito Ruiz. Completaban la expedición, los ilustradores de plantas Joseph Bonete e Isidro Gálvez. En 1784, tras una serie de desavenencias con Ruiz abandonaría la Expedición Joseph Dombey, y en el mismo año se uniría el español Juan José Tafalla Navascués en calidad de agregado botánico y el dibujante Francisco Pulgar.
José Manuel Guerra Sanz
José Manuel Guerra Sanz