Todo amago de oscuridad se lo llevó la luz del sol con el paso de los siglos.
Mónica Fernández-Aceytuno
Mónica Fernández-Aceytuno
Sabemos que hace unos siete millones de años, el hombre se hace sedentario y comienza a trabajar la piedra consiguiendo nuevas herramientas. Domestica los primeros animales: el perro, la oveja, la cabra, el buey y el cerdo. Y se hace agricultor. Con exactitud no sabemos cuándo comenzó el hombre a modificar el bosque mediterráneo para convertirlo en dehesa tal y como la conocemos hoy. Sí sabemos que mediante el manejo del bosque y sus árboles, en especial la encina y el alcornoque, el hombre consiguió algo que tardará en repetirse, quizás ya nunca se repita en ningún otro ecosistema de esta planeta, ese logro fue saber adaptar el bosque a las necesidades humanas, sin dañar al bosque mismo.
Además, un buen número de criaturas: aves, mamíferos, insectos, anfibios y reptiles, también podían convivir en este “invento” humano llamado dehesa, en beneficio de todos. Quiere esto decir que el cerrado bosque fue abierto para que el ganado pudiera pastar, moverse con facilidad y a la vez, otras parcelas pudieran ser sembradas con el grano que daría sustento a los humanos y todos los seres vivientes que conforman este entramado.
Después de miles de años de manejo del bosque, el hombre consiguió las mejores encinas, las más robustas, las que daban mejores bellotas, las más resistentes a las enfermedades. Ahora, en menos de cien años, algunos descendientes de aquellos inteligentes humanos, están acabando con esa obra de la evolución humana, con ese binomio hombre-árbol, con esa verdadera obra de ingeniería: la encina y su hábitat.
El manejo insostenible de nuestra dehesa, con un sobrepastoreo excesivo, el envejecimiento de nuestras encinas, sin atisbo de regeneración posible, las nuevas enfermedades, consecuencia a veces de las malas podas realizadas, son algunas causas de la desaparición de nuestra más emblemática seña de identidad; la dehesa. Si perdemos nuestra dehesa, no sólo desaparecerán los árboles, también desaparecerán ganados, caza, pastos, frutos, leña, madera, cultivos agrícolas, plantas aromáticas, medicinales, setas, espárragos, costumbres, arquitectura y sin duda alguna, nuestra misma dignidad.
Por un aprovechamiento SOSTENIBLE de nuestra dehesa.
Juan Carlos Delgado Expósito